Electrodoméstico
Karina Sainz Borgo
Marilyn clavó los ojos en la tostadora. Miguel hablaba sin parar, completamente enamorado de sí mismo. Esperaban para salir de casa. Ella sólo miraba el electrodoméstico. De cuando en cuando se paraba de la silla. Daba vueltas alrededor de la mesa. Se sentaba unos minutos para ponerse de pie, otra vez. Allí estaba, sola, invocando un vuelo rubio de raíces oscuras. Allí estaba Marilyn, abobada por su reflejo en el vientre caliente de una tostadora.
Se concentraba en mirar, empujando su respiración contra el calor de las parrillas y el olor a pan quemado sobre más pan quemado. Sus secretos se alejaban de la mesa. Escapaban como viajeros que atraviesan el cableado de la corriente eléctrica hasta el corazón de los postes.
- "¿Realmente lo tendrían, digo, corazón?" -se preguntó Marilyn en voz alta. Miguel seguía hablando.
-"¿Que si realmente lo tendrían?" -repitió. Miguel no dijo nada. Ella sólo tostó sus ojos en el electrodoméstico.
Salieron con retraso, cerca de las doce. Miguel manejaba. Sólo una valla de telefonía celular le ofrecía su enorme sonrisa de neón como una consolación. Marilyn decidió sonreír también, cual virgen copiloto. Ensayaría cuantas veces fuese posible, poniendo a prueba el blanco de sus dientes fumadores contra la noche y sus vidrios. Sonreiría para resistirse, sonreía para seguir siendo Marilyn.
Al llegar, Miguel le abrió la puerta del carro. Marilyn bajó del asiento como la reina destronada de las minifaldas, deslizándose por los bordes del asiento. Atravesaron el umbral del local, un enorme corralón ubicado en la planta baja del Centro Comercial Chacaíto, que antes había sido Le Club y ahora se reducía a un enorme piso de baldosas pegostosas, negras por el ir y venir de tacones de punta y los zapatos de goma.
Marilyn se dejaba conducir. El sonido del drum n’ bass le aturdía levemente, lo suficiente como para que fuese divertido. Miguel iba a su lado, deteniéndose a saludar a los mismos desconocidos de siempre. Las caras se parecían a todas las caras, los cortes de pelo se parecían a todos los cortes de pelo. Gente que se parece a más gente, sólo eso. Afuera, los postes descorazonados alumbraban la calle, tartamudeando sus pequeñeces en el sonido de la corriente eléctrica.
El cuerpo de Marilyn, enteramente rubio, se resistía a la oscuridad. Bailaba para sí, para sacudir el reflejo de sus piernas en el sonido de la música. El Dj había puesto una pista de KID 606, que rápidamente cambió por algo de Miss Kittin & The Hacker. Después hizo sonar Playgirl, de Ladytron. Marilyn disfrutaba lo suficiente como para que se tratara de una noche parecida a todas las noches, moviéndose como lo haría un maniquí hambriento que ha perdido su peluca.
Alrededor de Marilyn, escenografía, sólo eso. Una delgada mujer se acercó a ella, ensayando una mirada intensa, profunda. Marilyn se dio la vuelta, bostezó y miró a Miguel, que había regresado de su paseo recolector de desconocidos. Él pasó las manos por su cintura, le dio un beso parecido a un premio y siguió su camino. La mujer seguía a su lado, desgastando sus ojos maquillados contra el aburrimiento de Marilyn, que bailaba porque no tenía nada mejor qué hacer. Transcurrió una hora. La siguiente a ésa fue igual, quizás un poco más dulce por el olor de la hierba.
-¿Nos vamos? -le preguntó Miguel, no sin antes darle su acostumbrado besito de "tranquila ya regreso".
-Como quieras -le dijo.
-Voy despedirme de Adolfo –como si ella tuviese remota idea de quién era-, y nos vamos, ¿vale?
Salieron del local cerca de las tres de la mañana. No se dijeron nada en la media hora de cola que tuvieron que esperar para salir del estacionamiento. Quizás algo sobre la intensidad del aire acondicionado y la piel de gallina de Marilyn, eso fue todo. La autopista lucía igual. Llena de ese miedo que acumulan las acercas en Caracas.
Al llegar a casa Miguel encendió las luces. Marilyn quedó en el marco, justo en frente de la puerta que daba hacia la cocina. Miguel dejó de hablar, por primera vez en toda la noche. Luego dijo algo sobre su falda y la piel de gallina. Marilyn no prestaba atención, se limitaba a escucharlo, a recibir sus palabras como el sonido de un ventilador. Él comenzó a hablarle al oído, a decir cosas estúpidas; palabras incapaces de humedecer nada. Sus besos ya no tenían el sonido "tranquila ya regreso", había en ellos algo amargo, salado; parecido al aliento cansado de las aceitunas. Marilyn volvió entonces a clavar los ojos, abobada por su reflejo en el vientre caliente de una tostadora, mientras sus secretos escapaban como viajeros hasta el corazón de los postes.
Se concentraba en mirar, empujando su respiración contra el calor de las parrillas y el olor a pan quemado sobre más pan quemado. Sus secretos se alejaban de la mesa. Escapaban como viajeros que atraviesan el cableado de la corriente eléctrica hasta el corazón de los postes.
- "¿Realmente lo tendrían, digo, corazón?" -se preguntó Marilyn en voz alta. Miguel seguía hablando.
-"¿Que si realmente lo tendrían?" -repitió. Miguel no dijo nada. Ella sólo tostó sus ojos en el electrodoméstico.
Salieron con retraso, cerca de las doce. Miguel manejaba. Sólo una valla de telefonía celular le ofrecía su enorme sonrisa de neón como una consolación. Marilyn decidió sonreír también, cual virgen copiloto. Ensayaría cuantas veces fuese posible, poniendo a prueba el blanco de sus dientes fumadores contra la noche y sus vidrios. Sonreiría para resistirse, sonreía para seguir siendo Marilyn.
Al llegar, Miguel le abrió la puerta del carro. Marilyn bajó del asiento como la reina destronada de las minifaldas, deslizándose por los bordes del asiento. Atravesaron el umbral del local, un enorme corralón ubicado en la planta baja del Centro Comercial Chacaíto, que antes había sido Le Club y ahora se reducía a un enorme piso de baldosas pegostosas, negras por el ir y venir de tacones de punta y los zapatos de goma.
Marilyn se dejaba conducir. El sonido del drum n’ bass le aturdía levemente, lo suficiente como para que fuese divertido. Miguel iba a su lado, deteniéndose a saludar a los mismos desconocidos de siempre. Las caras se parecían a todas las caras, los cortes de pelo se parecían a todos los cortes de pelo. Gente que se parece a más gente, sólo eso. Afuera, los postes descorazonados alumbraban la calle, tartamudeando sus pequeñeces en el sonido de la corriente eléctrica.
El cuerpo de Marilyn, enteramente rubio, se resistía a la oscuridad. Bailaba para sí, para sacudir el reflejo de sus piernas en el sonido de la música. El Dj había puesto una pista de KID 606, que rápidamente cambió por algo de Miss Kittin & The Hacker. Después hizo sonar Playgirl, de Ladytron. Marilyn disfrutaba lo suficiente como para que se tratara de una noche parecida a todas las noches, moviéndose como lo haría un maniquí hambriento que ha perdido su peluca.
Alrededor de Marilyn, escenografía, sólo eso. Una delgada mujer se acercó a ella, ensayando una mirada intensa, profunda. Marilyn se dio la vuelta, bostezó y miró a Miguel, que había regresado de su paseo recolector de desconocidos. Él pasó las manos por su cintura, le dio un beso parecido a un premio y siguió su camino. La mujer seguía a su lado, desgastando sus ojos maquillados contra el aburrimiento de Marilyn, que bailaba porque no tenía nada mejor qué hacer. Transcurrió una hora. La siguiente a ésa fue igual, quizás un poco más dulce por el olor de la hierba.
-¿Nos vamos? -le preguntó Miguel, no sin antes darle su acostumbrado besito de "tranquila ya regreso".
-Como quieras -le dijo.
-Voy despedirme de Adolfo –como si ella tuviese remota idea de quién era-, y nos vamos, ¿vale?
Salieron del local cerca de las tres de la mañana. No se dijeron nada en la media hora de cola que tuvieron que esperar para salir del estacionamiento. Quizás algo sobre la intensidad del aire acondicionado y la piel de gallina de Marilyn, eso fue todo. La autopista lucía igual. Llena de ese miedo que acumulan las acercas en Caracas.
Al llegar a casa Miguel encendió las luces. Marilyn quedó en el marco, justo en frente de la puerta que daba hacia la cocina. Miguel dejó de hablar, por primera vez en toda la noche. Luego dijo algo sobre su falda y la piel de gallina. Marilyn no prestaba atención, se limitaba a escucharlo, a recibir sus palabras como el sonido de un ventilador. Él comenzó a hablarle al oído, a decir cosas estúpidas; palabras incapaces de humedecer nada. Sus besos ya no tenían el sonido "tranquila ya regreso", había en ellos algo amargo, salado; parecido al aliento cansado de las aceitunas. Marilyn volvió entonces a clavar los ojos, abobada por su reflejo en el vientre caliente de una tostadora, mientras sus secretos escapaban como viajeros hasta el corazón de los postes.
1 Comments:
Very pretty site! Keep working. thnx!
»
Publicar un comentario
<< Home