jueves, junio 01, 2006

Catálogo editorial

("Chinise twins" de Violet Schrage)

-Chinito va pa mundial -dijo uno.
-Chinito va pa mundial -dijo el otro.

Esas fueron sus palabras, se dieron la media vuelta y se fueron. A los cinco minutos salieron debajo de la cama dos chinas deliciosas que a punto estuvimos de pedirles que se acostaran, con el fin de verificar aquel mito legendario que refiere cierta raja horizontal. Menos mal que no lo hicimos porque las chinas dijeron:

-Nosotlas helmanas chang.
-Helmanas chang nosotlas.

Entonces sacaron debajo de la cama unas maletas y las abrieron. Adentro, un montón de pantaletas. Creímos entonces que había que echarles plomo porque cuando una mujer te muestra pantaletas es porque quiere ver tus interiores. Pero resulta que no, que cuando una mujer te muestra pantaletas también puede que quiera ir de compras o montar una venta de pantaletas, es decir, una “pantaletería”. Y así era. Es más, esto fue lo que dijeron:

-Montal nosotlas tienda de pantaleta pala helmanos.
-Mientlas en futbol ellos estal.

Así que no nos cupo la menor duda. Estas chinas lo que querían era que nosotros, una vez más, fungiésemos de testaferros, mientras sus hermanos se divertían comiendo salchichas alemanas con soya en la puerta de Brandenburgo.

Y aquí estamos, administradores de una pantaletería, asunto que no está tan mal, pues las hermanas son toda una ricura y los catálogos una maravilla. Verbigracia, el que les presentamos. Un folleto de calidad, cuya redacción entregamos a expertos conocedores de la materia; hombres y mujeres duchos en el arte y la historia de la ropa interior. Y es que las pantaletas son una metáfora del inconsciente, de la aventura más profunda, de los viajes a las tierras calientes, alucinantes y alucinatorias, donde un sensual vampiro acaricia a un coyote newyorkino, donde los suicidas son tan breves como un minicuento, donde Frank Zappa lame el reflejo de una rubia sobre una tostadora, donde una pantera devora a sus amantes entre sombras mexicanas, donde el futbol y las esvástica se hermanan en una nalga tatuada, donde una mujer fuma y piensa en la muerte, donde hay bolero y putas, donde hay putas y jazz, donde el jazz tiene la forma de tres poemas desenfadados, donde las preguntas se convierten en ajuar, donde las historias no tienen final...
Las pantaletas han sido y serán las reinas del carnaval del ocio, del goce y de la rebelión más auténtica de la humanidad. Seguramente María Magdalena fue la primera en usar pantaletas.
El sonajero se lamenta en la puerta. La estela de un cliente se hace cuerpo. Las sabrosísimas hermanas Chang dejan de tocarse en el probador y salen en pantaletas a recibir a quien entra. Nosotros, en la trastienda, desocupamos la mano y apagamos el monitor donde hacía algunos segundos las hermanas Chang cometían incesto.
A travagar se ha dicho...

José Urriola y Fedosy Santaella
(testaferros de manos callosas)

Instrucciones para ser un coyote (Segunda parte)

Enrique Enríquez

El médico me recomendó hacer más ejercicio. Un tipo como yo, que no maneja ni usa el metro, y simplemente camina a donde quiere ir (incluso en una ciudad como Caracas, no solamente aquí en Manhattan, para que se chupen esa mandarina), no puede sino reírse de semejante comentario. Yo camino al rededor de tres horas diarias, todos los días de mi vida. ¿Qué más ejercicio necesito?

Pero el médico se me puso aeróbico-anaeróbico, cosa que sucede cuando los doctores, honrando su compromiso con la sociedad, tratan de empujarte a que te compres unos zapatos de trotar, colaborando así con la siempre sedienta sociedad de consumo. La cosa es que mi último par de zapatos de goma lo boté cuando tenía 18 años. 19 años después, sin haber vuelto a usar zapatos de goma, debo haber batido algún récord Guinness. (Voy a esperar a que se cumplan 20 años y entonces enviaré la documentación al famoso libro. Me gustan los números redondos).

El caso es que yo no tenía ni tengo planeado gastar real en zapatos que no quiero, así que cuando el médico me dijo que la cosa no era simplemente caminar, sino sudar caminando, le dije: “¿Qué tal entonces caminar sobre carbones encendidos?”. Quedó lelo.

(Caminar sobre carbones encendidos es más fácil de lo que todos esos gurúes de auto-ayuda nos hacen pensar. Otro día les cuento cómo se hace.)

Pensé que había tenido una idea genial. Me compré una de esas caminadoras eléctricas que hay en los gimnasios. La cubrí con papel de aluminio, no fuera a quemarse, porque la bicha me costó un realero (Sí, costó más que los benditos zapatos. El problema no es gastar real, sino gastarlo en cosas superfluas) y cubrí la rampa giratora de carbón vegetal encendido. El problema que tengo es que cuando la pista gira, los carbones se caen. Ahora sé cómo se sintieron Edison, Graham Bell, Einstein y todos esos grandes genios científicos, cada vez que un pequeño detalle descarrilaba su camino al éxito.

En fin. A cuenta de no convertirme en coyote para no meterme en líos, me estoy poniendo gordo. La vida del artista es sufrimiento.

Pero ustedes sí pueden transformarse en coyotes. Así que sigamos con el “cyber-workshop”.

Asumo que ya logran ver y sentir la pelotica roja dentro de su mano. Incluso, los más avanzados ya habrán improvisado más de un partido de “pelotica e’ goma” imaginario. Muy bien.

PROCEDIMIENTO: Lo primero es encontrar un lugar seguro donde dejar su cuerpo físico. Imaginen que su piel, sus músculos y sus huesos, son unos pantalones “Didijín” que van a dejar, exánimes, tirados en sobre una silla. La cosa es que nuestro cuerpo es uno sólo, es valioso, y hay que tratarlo con cierta dignidad, no importa lo que diga la gente que promueve el Reggaetón. Así que busquen un lugar sereno pero seguro, donde abandonarse a esta experiencia. (NOTA: nunca dejen su cuerpo en un locker. Suena seguro, pero las consecuencias son imprevisibles. Yo una vez lo hice y la señora que limpia casi se muere del susto, cuando abrió la puerta para pasar el plumero, y le caí encima yo, desnudo y sin sentido. Con lo que cuesta conseguir una buena señora que limpie, mi devaneo fue imperdonable.)

(Esto me lleva a una segunda NOTA: mucha gente por ahí amanece donde no es, y dice que le dieron Burundanga. Eso es mentira. Lo que pasa es que esa gente andaba tratado de convertirse en coyote sin tomar las precauciones necesarias respecto a dónde dejar su cuerpo humano, y como les da vergüenza, inventan que estaban en un bar gay y alguien los drogó. Eso, simplemente porque como le dijo Andy Warhol a Joseph Beuys, en la ocasión histórica en que ambos se conocieron: “Más vale ser un buen marico que un mal coyote”.)

En fin...

Se sabe que los chamanes de la mayor parte del mundo utilizan un tambor para entrar en éxtasis. (Es común en todas las tradiciones chamánicas del mundo, añorar un tiempo pasado en que los chamanes eran mucho más poderosos que ahora. Su poder no sólo les confería la capacidad de volar sin hacer aduana, sino la posibilidad de acceder a estados alterados de conciencia sin recurrir a ningún tipo de drogas. Como dijo Mircea Eliade, cito: “Para un chamán arrecho, las drogas son de mamis”. Digo esto para subrayar el hecho de que la conexión drogas-espiritualidad, es un invento del cartel de Cali. Así que aprieten, porque aquí vinimos a trabajar en serio.) Los chamanes llamaban a este tambor su “caballo”, precisamente porque eran sus latidos quienes les llevan en su viaje más allá de este mundo.

Nosotros no necesitamos ir a una tienda de souvenirs autóctonos para conseguir un tambor con que viajar (Pero si llegan a ir a alguna, no pierdan la oportunidad de aterrorizar a la clientela gritando “¡Esa piraña movió el ojo! ¡Esa piraña movió el ojo!”). No hace falta, porque todos llevamos un tambor en el pecho, que retumba al ritmo exacto del universo, con o sin by-pass.

Ahora, desnudos o vestidos, sentados cómodamente, concentren su atención en el sonido que hace su corazón. Nos pasamos la vida tratando de encajar, de bailar al ritmo que nos toquen. Tratamos desesperadamente de resonar al ritmo indicado, cuando en realidad el verdadero ritmo lo llevamos resonando dentro, y siempre ha estado ahí. Con la mano derecha en el pecho, amplifiquen esos latidos hasta que la vibración resuene en todo su cuerpo... hasta que pierdan consciencia de tu forma y sean solo un pulso. Un pulso vital que puede animar cualquier cuerpo.

Cada latido, cada golpe del corazón sobre su mano, los lleva a un estado más profundo.

(Tomense todo el tiempo del mundo para lograr este estado de conexión íntima y total. No ha apuro. No sé si lo han notado, pero no hay mucha demanda de coyotes estos días. No corran, que nadie los está esperando.)

Conforme la sensación de SER un pulso se hace más sólida, imaginen frente a ustedes, a un par de metros de distancia, a un coyote echado. Está inmóvil, como muerto, cosa que pueden ver claramente porque, pese a que recorren con la mirada toda su piel, no notan el más mínimo movimiento muscular, ni ven el pecho del animal henchirse por la respiración. No se mueve. Nada. Está tieso.

Conforme los latidos se convierten en la única realidad, dentro y fuera de ustedes, se sentirán invulnerables, compactos, sólidos y poderosos. Dejen caer la mano que tienen sobre el pecho y vean claramente cómo en el lugar donde debería estar su corazón hay un hueco, una abertura por la que ustedes mismos abandonan su cuerpo humano, para ir a meterse, por una oreja, en el cuerpo del coyote.

El coyote despierta, literalmente, como si una mosca le hubiese entrado en la oreja. Sacude la cabeza, se rasca nervioso una oreja con su pata trasera, y al pasar el sobresalto vuelve a dormirse. Cierra los ojos.

En este momento, han abandonado su cuerpo humano y están dentro del cuerpo de un coyote. Cuando el coyote abra los ojos de nuevo, serán ustedes quienes miren. Imaginen que la sangre propulsada por sus latidos viaja hasta la punta de sus extremidades, y al ver sus piernas y sus brazos, notarán que son ahora patas fuertes, delgadas y ágiles, que sus manos, de dedos compactos cubiertos de vello blanco y cremoso, muestran garras negras, duras y cortas en sus puntas. Muevan su mano en la realidad, y vean en su imaginación la pata del coyote moverse.

Estiren con gozo y pereza cada una de sus patas, hasta que la imagen imaginaria y la realidad sean una. Conviertanse en titiriteros de tu propia mente. Dejen que las patas del coyote se conviertan en guantes que encajan perfectamente en sus extremidades. Cada movimiento que hagan en realidad, aún sin levantarte, imaginenlo realizado por el coyote.

Cuando el coyote abra sus ojos, verán que su perfil ha cambiado a un hocico gris, cuyo remate es una nariz negra, lustrosa y fría, que les permite estar atentos a olores que antes no habían percibido. Aspiren. Todo huele ahora mejor y más fuerte.

Muevan los músculos de su cabeza, noten cómo ahora sus orejas, velludas y afiladas, tienen una movilidad diferente. Pueden dirigirlas independientemente a donde quieran, y escuchar incluso lo que aún nadie ha dicho.

Sonrían, y noten cómo sus dientes son una sierra afilada, sus colmillos color marfil, agudos y brillantes. Sus labios son negros, húmedos, y su sonrisa se abre literalmente de oreja a oreja.

Es hora de decir: “¡Aúuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!”

Sólo la práctica constante les permitirá alcanzar la “coyoteidad” total. Una vez allí, no hay límites. Convertidos en coyote podrán darle la vuelta al mundo en segundos, visitar sitios remotos y susurrar al oído de seres queridos en lugares lejanos, chismes o palabras de amor. (Todo esto, mucho más barato que con DSL). Estarán aquí y allá a la vez, con sus sentidos y su percepción del mundo agudizados. Una vez adquirida esta destreza, es como montar bicicleta, una habilidad que los acompañará para siempre. (Esto es, siempre y cuando se administren la antirábica una vez al año.)

La explcación es simple porque, como dijo Martha Piñango: “El Tao que puede explicarse, no es Tao”. Un sólo detalle: si por casualidad alguien mata al coyote mientras ustedes están viajando dentro de él, su cuerpo humano también morirá, y viceversa. Lo terrible de esto es el precio de los entierros hoy en día. Pero no se preocupen. Hay más peligros para la salud encerrados dentro de una Cajita Feliz, que en el itinerario nocturno de un coyote. Gocen.

Un abrazo,

Enrique Enriquez (IM)
www.enriqueenriquez.net

Cartas de suicidas

Eloi Yagüe Jarque

("Panties" de Maia Lee)

Carta del suicida (I)

Junto al cuerpo del suicida hallaron una carta. El juez la abrió y la leyó. “No quiero morir”, decía, “pero no he descubierto otra forma de ser inmortal”.

Carta del suicida (II)


El suicida dejó una carta en blanco porque no sabía escribir.


Carta del suicida (III)

El gerente llamó a su secretaria para dictarle la carta final, pues había decidido suicidarse a causa de una bancarrota. Al terminar el dictado, la secretaría salió del despacho y en su oficina la pasó a máquina. Cuando ponía punto final sonó un disparo. “Demonios”, pensó, “no me dijo si quería que la mandara por correo normal o certificada”.


Carta del suicida (IV)

El enamorado le escribió a su amada pero como no recibió respuesta decidió suicidarse: si su amor no era correspondido no valía la pena vivir. Antes de ahorcarse le escribió una carta explicándole sus razones para irse de este mundo.

Mientras se balanceaba con la lengua afuera, colgado de una viga del techo, concluyó la huelga postal que había durado ya dos semanas.

Fragmentos para vampiros

Humberto Valdivieso


(Imagen tomada de vampirecodoms.com)


1. Difícil es asomarse de nuevo y sentir los ruiditos del radio, la brisa y la insolación. Pero lo mejor es percatarse de que ya no existen rastros de todo aquel desorden. Los ríos de gente corriendo se agotaron, la turba de sirenas cesó, no hay vidrios rotos, ni llanto, ni papelitos, ni mordiscos, ni siquiera un latido. Es que no podemos soportar, nadie vive para resistirlo. Pero sin duda lo más importante es que acabaron los disparos. Eso puede ser una señal o un augurio, quizás.

2. Algo más debe suceder. Bueno, tal vez haya allanamientos, aplazamientos, tomas de conciencia ¿Cómo se toma conciencia ante una visión, si algunas personas mueren sin excusa? Pero nadie toma eso en cuenta. ¡Ah! Apenas importa subir y bajar haciendo desesperadamente el amor día tras día. Tocarse y besarse entre las balas y los gritos de los acorralados. Yo haré igual. Ya me he colmado de odio por lo bello y lo feo. Por eso subí a esta ventana de marco azul y cambié monedas, y cambié desesperadamente de piel.

3. Cualquiera padece la necesidad de hacer una confesión, pero los labios se cierran y no dejan escapar ni un murmullo. Todo es circunstancial, quieto. Las piernas dejan de temblar y se acostumbran a estar encogidas hacia el pecho. Es la mejor posición para escuchar. Por momentos pasan los aullidos de las mujeres que pastan en las vidrieras, las canciones rítmicas de los colchones viejos y el lloriqueo de los hombres que caen desde las azoteas. Todos los sonidos caminan como si fueran equilibristas; son coloridos y bulliciosos hasta que se hacen imprescindibles y absurdos.

4. Tiene la cara adormecida, sus manos están ebrias. Es un sol estático, inmutable. Se levanta, y hunde su piel en la peinadora, en el perfume. No estoy seguro de reconocer su figura, hay bruma y silencio. No sé si me mira y finge colocarse su liguero. Me volteo, me alejo creyéndome inmune. Y luego, inconsciente, la pretendo de un golpe, de un zarpazo, de un gesto; sin poder contener el aliento. Me observa, me espía. Y adormecida, murmura en mi contra acertijos y números extraños.

5. Aquel bosque olía como tu piel. Yo estaba de rodillas en el único claro que pude conseguir. Tenía la espada alineada contra el torso, respiraba lenta y rítmicamente pues había aceptado mi destino. Entonces te vi pasar: vestido negro, guante negro en un solo brazo, labios negros, cabello negro sobre una piel blanca. Mordí tu espada y tu cuello también. Después de mirarnos fijamente durante una hora pasamos la lengua sobre la noche sin dejar rastros de sangre.

6. Eventos que llevan uno al otro, miradas que no paran de seguirme por los callejones. Tengo años soñando las mismas escenas, tengo décadas despertando justo a la misma hora. Siempre la ventana está abierta sin explicación y esas gotas de sangre aparecen sobre la almohada.

7. Ella camina entre la gente sin perder el equilibrio, su rostro es una máscara o un abanico. Los carros le muerden el trasero, los ciegos le gritan algo, las cocineras voltean a verla. Ella no aparta su mirada, ella no entiende el idioma de la ciudad: tiene una misión.

8. Permanezco sentado sobre la cama a pesar del frío. Abrazo la almohada y trato de no mirar a la puerta: “Mi padre tenía un par de pistolas plateadas. Eran dos Colt Anaconda. Él las usaba para matar mientras yo dormía.”

9. Sus ojos son de fuego, el cabello de mármol y se mueve como una serpiente. Cuando era niña no bailaba por miedo a la cicatriz, sin embargo era deseada por los más jóvenes.

10. ¿5 balas por una rosa? Puedo aceptarlo, dispara.

11. Veo tus imágenes en Internet y comienzo a lamer el monitor. Luego me muevo en zigzag porque estoy lamiendo la acera. Soy tan rápido que recorrí tres cuadras en pocos segundos. Mi rostro está cayendo al vacío y mis oídos no sueltan el ipod: es una forma de meditación. Pero una mujer que lame las heridas de su esposo sobre la cama, unas niñas que lamen la grama de los parques, millones de hombres que lamen sus corbatas, una profesora que lame las manos de sus alumnas: eso no es meditación. Yo creo en la línea que divide tu mentón en dos mitades y mientras lo digo, sin pensarlo, estoy lamiendo el centro de mi pecho: meditación.

12. El filo de las espadas toledanas era apreciado, especialmente, por el rey Felipe el hermoso. Las mejores de todos los tiempos fueron halladas por aquella sombra (que era un hombre), caminando sin rumbo por las calles angostas de la ciudad (nunca llegó a topar con El Greco). Los empleados aún estaban golpeando el hierro cuando él (o ella si prefieren a la sombra) pasó. Siglos más tarde perdieron interés por la puerta de un taller que fue clausurado después de una desgracia. Únicamente se desliza por ahí una mujer los días jueves, coloca su oído sobre la madera gastada por el tiempo y dice: “esta casa no está sola, hay una sobra, tres gotas de sangre y una taza llena de comentarios”.

13. “En algunas obras, pintura y escultura se reúnen formando híbridos que nos confrontan con lo paradójico de la realidad, que nos colocan frente al vacío como valor y nos conectan con sensaciones espirituales tan antiguas que se pierden en nuestra memoria”. Eso dijo el curador de la muestra antes de caer despedazado por los mordiscos.

Fotos de Blas Regnault (de la serie "México sin Mariachis")

(Haz doble click sobre la imagen para agrandarla)
Catedral de Taxco.
Taxco.

Taxco 2.

Querétaro.

Querétaro 2.

Mary y sus amigos en Querétaro.

Acueducto de Querétaro.

Cul-de-sac (callejón)

Sergio Márquez

...A esta franchuta me la beneficio hoy... como a una res abierta en canal... cuando me pida que le pague le mearé la cara... Antes de Nuits sur les Champs-Elysees, ya por lo menos debo haberle metido la lengua hasta las amígdalas... Después, un par de polvos y a la calle a degollar marroquíes... Coloco el vinilo, la aguja cruje sobre el plástico carbónico, todo se complica... sobreviene un pánico diminuto... Ascenseur pour l'echafaud, un ascensor al patíbulo en el que tantas veces me he trepado... Miles desuella las uvas de la ira con su trompeta, se la recuesta a Jeanne Moreau del oído y uno sabe que el viejo zorro le está introduciendo su metálica lengua de diablo hasta el tímpano... y Jeanne se moja en las pantaletas y siente que la sordina del negro le tuerce las trompas de falopio (¡Tócale las trompas Miles, tócale las trompas!) Ya la franchuta se ha quitado los zapatos... creo que le huelen mal los pies... ¿Y qué carajo importa?... Ya nada importa... ¿Quieres coñac barato?, es el más asquerosamente barato que pude encontrar en todo Saint Germain... realmente digno de ti... tómalo... Que bolas, que arrecho es Miles, me lo imagino a finales de 1958 tirándose a Jeanne Moreau, un negro adicto y pervertido y su culito bcbg parisino sacándole chispas a la madrugada hormonal de los bulevares, envueltos en hachis y besándose, los dos, bajo-sobre-cabe-con-contra el alma de los puentes, encaramados en su propio ascensor patibular, más indomables a cada piso alcanzado, y Miles tocándola como a la mejor de sus trompetas, soplándola por todos los orificios imaginables... Anda, bésame a la francesa, dame tu lengua, anda pedazo de mierda... si no para que demonios vine a esta maldita ciudad... quiero fumar coño... Definitivamente no eres Jeanne Moreau... aunque viéndote bien tampoco estas tan mal... Jeanne Moreau... debió actuar alguna vez para mí... El negro sigue escupiendo sombras y asesinatos desde su trompeta cromada de tres pistones... ¡Maldita francesa ofrecida, ya me harté de ti! ¿Que coño quieres?... Te pongo a Miles para oscurecerte los instintos, te intoxico con aguardiente barato y hachis... ¡¿Qué coño de la madre te pasa?!... ya sé, eres una analfabeta erótica, una más de tantas parisinas frígidas... ¿Tienes labios?... Déjame ver... a ver... así, tranquila... tranquila que no te va a pasar nada, relaja los muslos, escucha al negro, escucha su trompeta apocalíptica, anda... Ojalá fueras Jeanne Moreau (ojalá tuvieras su cabello de bronce líquido y esa lacerante displicencia en la mirada) esa caraja si estaba divina de verdad... Pero tú... tú hueles a maquillaje barato y mantequilla rancia... Jeanne Moreau se retuerce bañada en semen dentro de un ascensor encamisado en hierro, subiendo hacia la brillante guillotina del jazz, hacia el cadalso de sus fraseos... (¡Muévete perra! ¡Que ladilla!, pareces una estatua... uuujjjhhh... muévete... sshhhh, no grites... no grites... uuuhhhh...) Debería aplastarte como a una cucaracha... Estoy demasiado intoxicado y el jazz es eterno, como yo, como la traición de Dios, como esta ciudad... Quiero salir a caminar por Saint Denis solo para no arrancarte la cabeza ahora mismo, salir a fumar y alquilar una puta por veinte minutos, para que me la chupe mientras le hablo de Miles, y de Jeanne, y de la sordidez de los ascensores que suben al patíbulo de mis desviaciones... (No hay mejor mamada que la de una puta con hambre: necesita el dinero para comer, así que mamará como si en ello le fuera la vida, y a la vez estará más que dispuesta a demostrar el agradecimiento que siente al ser alimentada metafóricamente por el miembro que ordeña)... ¡Chupa, coño...chupa!... Chupa como solo una ramera tan decadente como tú sabe hacerlo... anda... uuufff... comme ça... vas mejorando... Creo que al fin y al cabo no tendré que cortarte la garganta... al menos esta noche no tendré que hacerlo…

Tres poemas de Carlos de la Cruz


El sucio sonido cuando jodemos
como pescadería
como bar de barrio
como perros rebuscando en la basura
como tragarse un trapo sucio
como volver a casa a las seis y cuarto de la mañana
como sacar a pasear a mis animales sin correa
como sudar en un rincón de la cocina
como el corcho de una botella
como cristales mojados en los bolsillos de los pantalones
como salir desnudo al mercado
como matar a un niño mientras duerme
como apretarme los huevos antes de correrme
como sangrar por las uñas
como llorar los pájaros sobre la carretera
como saber el final de tus huesos
como andar sobre una montaña de estiércol
como sentarme a respirar
después de haber llegado tan lejos.

El mejor momento para amar a una mujer
para amartillar su cuerpo contra las sábanas
para deshuesar sus labios…
sigue siendo la madrugada.
Hinchado de humo
harto de vino
electrizado por los pezones de las niñas
que anoche danzaban
desnudas
al ritmo de tus poemas
y luego volver a casa
desnudarte con sigilo
frenar el estruendo de la lujuria
y saltar sobre tu mujer
para amarla como un demonio
hasta que sangre la luna
o en el peor de los casos
para amarla como la luna
hasta que sangren los demonios..

No me acostumbro
a vivir sin el ácido tuyo
tu sexo endemoniado
un golpecito tuyo en la frente
cuando no bebo demasiado
Que me enciendas el cigarro
cuando se apaga entre mis dientes
o llenes un vaso con tu lujuria
o aplaudas cada truco de magia que fallo
No puedo acostumbrarme
a la suavidad de las sábanas
si no las calientas tú
o la comida enlatada
o fuegos artificiales bajo la ducha
un manotazo entre los muslos
que me muerdas los pezones
No me acostumbro
a pagar lo que bebo
lucecitas temblorosas en la cocina
cuando regreso borracho a casa
y sin motivo que mi ropa interior
se empape con tus flujos
Esperar que escampe
bajo un portal que no es el tuyo
un perro ladrando en el armario
pececillos lamiendo mis pestañas
No me acostumbro
a dormir acompañado.

Una pasión loca por coleccionar pantaletas

Carlos Zerpa


El fetichismo es algo que siempre me ha apasionado, ya que implica unamanifestación erótica en la cual las necesidades y todas las fantasíassexuales de una persona se encauzan utilizando ciertas partes del cuerpo ode objetos que representan simbólicamente al ser amado.Entre los fetiches más comunes en esta sociedad occidental está muydifundida la colección de la ropa interior femenina, sé del caso de muchoshombres que coleccionan todas las pantaletas de las mujeres con las que hantenido relaciones sexuales, las coleccionan y luego se distraen oliéndolasuna a una y masturbándose con esas ropas íntimas; otros hombres dejan en elcopete de la cama de su amada el calzoncillo que utilizaban, como regalo ycomo prueba de su conquista y a cambio se llevan las pantaletas de ellas…pero otros hombres van mas allá en su fetichismo y se ponen las pantaletasde sus mujeres como si fuese su propia ropa interior, los ves por fueravestidos de hombre y muy masculinos y machotes, pero utilizan a escondidaspantaletas femeninas, van vestidos de ejecutivos de traje, corbata y corteInglés pero llevando las pantaletas de sus esposas sin que nadie se percatede ello… ¿Cuántos de nuestros amigos, vecinos, militares, sacerdotes,compañeros de trabajo o a lo mejor ese señor tan serio que esta sentadoahora mismo a tu lado carga debajo de su apariencia varonil como ropainterior un blummer o una panty carmín?¿Cuánta ropa interior es lanzada sobre el escenario de los cantantes,músicos y estrellas del rock and roll? Frank Zappa cuenta que era tal elnúmero de pantaletas que le fueron lanzadas sobre la tarima durante una giraque hizo con "The Mothers of Invention" que fue imposible guardarlas todaspues llenaban todo un cuarto, así que se las dieron al final a un artistaplástico para que éste hiciera una obra de arte con ellas…Es importante resaltar aquí que la utilización final de coleccionarpantaletas es tratada de una manera diferente y dependerá delartista-coleccionista que las reciba; no hará el mismo uso de laspantaletas: Rubén Blades, John Lennon, Frank Zappa, Mick Jagger, OzzyOsbournet o Tom Jones, que Miguel Bosé, Michael Jackson, George Michel oRicky Martin.Se de un "coleccionista hermafrodita" ( a shemale ) apodado "Priceless" quecolecciona pantaletas negras, las cuales se las ponia a sus muñecas de huley de goma, muñecas inflables de esas que se consiguen en los "Sex Shop" yque además este coleccionista hermafrodita, presume no solo de tener lacolección mas completa de pantaletas negras y de muñecas sexuales, sino detener el pene más grande que el de cualquier hombre… guauuuuuu!!!.

El profesor

María Graciela Bastardo
El chirrido de la tiza contra el pizarrón me acuerda cuando el profesor muerde mi clítoris y lo hala con los dientes como si fuera un chiclet. Los cables del sacapuntas eléctrico, cuando me da de beber agua helada directamente de su boca. La borra Nata se siente entre mis dedos como su piel lisa, elástica y lampiña. Los arcos morados de su dentadura se asoman por el cuello de mi camisa como las nubes que se ven por la ventana del salón. Mientras canto el himno nacional en el patio del colegio, la brisa me pone la piel de gallina como cuando estoy a punto de llegar al orgasmo, y sus manos me sacuden las caderas contra su pene desesperado. El pupitre está frío debajo de mi falda como los cubitos de hielo que pone a derretir en mis pies y que desaparecen por entre las comisuras de los dedos. Me siento tan sola en este salón de niñas que ignoran mi secreto, entre libros de los que sólo oigo el ruido de las páginas porque suenan a jadeos. Humedecida y sin escuchar el escándalo del recreo, cruzo el patio hacia el depósito de la cantina. Entre chucherías, bolsas de pan cuadrado y sacos de harina, está la cava. Me acuesto sobre la superficie de acero inoxidable. Oigo el roce del hábito al ella sentarse en su acostumbrado rincón. Lo esperamos.

Sueño mundialista de las hermanas Chang

Fedosy Santaella


Y salieron los jugadores al campo, en pantaletas. Pero no unas pantaletas normalitas, no. Eran pantaletas sabrosotas, de esas que a los hombres nos gustan. Rojas, negras, con encajes, arabescos, volutas, puntos y comas. Unas eran hilos dentales y algunas hasta decían por delante "no soy sobre postal, pero me puedes pasar la lengua". ¡Ah, y las mujeres deliraban! Ahora no sólo les veían los piernones a los jugadores, sino que también les veían las nalgas. Porque así es, las mujeres –y esto ya es un lugar común- se vuelven delirantes fanáticas del mundial con el sólo fin de bucear las piernas de los jugadores – y ahora las nalgas.

(Si me permiten un apartado: Le propongo a la empresa Panini que para el mundial que viene –o incluso desde ya- saque un album de piernas y nalgas de jugadores de fútbol. No me cabe duda de que será un exitazo, sobre todo entre mujeres, enclosetados, declarados y operados.)

Ahora volvamos al partido inaugural en el Olimpiastadion (capacidad 74.220 espectadores), donde se hallaban todos, absolutamente todos los jugadores de todos los equipos (pues el contrato así lo exigía), cantando la Canción de la Alegría, letra y música de Beethoven... ¿Pero ya va, cuál contrato?

Ah, sólo he de decir que en la tienda y frente al televisor, las hermanas Chang sonreían (ellas, como es obvio, fueron las propulsoras de la idea de las pantaletas mundialistas, pues mujeres hechas y derechas son y su corazoncito tienen.) En el mejor puesto del estadio berlinés, los hermanos Chang, también sonreían, pues nuestros mecenas veían la parte monetaria del asunto, y la sabían lucrativa.

¡Qué maravilla de contrato! ¡Qué espléndido ese patrocinio que hizo salir a los mejores jugadores del mundo en pantaletas, y que logró que la malla de la portería estuviera conformada por pantaletas entretejidas! Un patrocinio de miles de millardos de dólares producto de los negocios increíbles de los hermanos Chang; un patrocinio inexorable que convirtió a la pelota en un amasijo de pantaletas, y que llevó a los fanáticos a usar en la mollera pantaletas con los colores de cada equipo en lugar de sombreos de clown.

Pero el cuento no termina aquí. Resulta que las pantaletas se pusieron de moda. Y todo el mundo empezó a andar en pantaletas. Y esos días fueron una maravilla, el comienzo de la gloria, porque entonces no sólo las mujeres disfrutaban de las nalgas y las piernas de los jugadores, sino que los hombres disfrutaban también de las piernas y las nalgas de las mujeres. Y Alemania se llenó de pantaletas divinamente encajadas en los cuerpos de hombres, mujeres, niños y recién nacidos.

Hasta las neo nazis anduvieron en pantaletas. Claro, con esvásticas dibujadas en ambas nalgas. Y al mover las nalgas las bellas neo-nazis, uno que las observaba podía decir: "una esvástica pa’ti, otra esvástica pa´mí". Y fue hermoso, porque a todo el mundo le provocó -hasta a los judíos- andar en pantaletas y con esvásticas en las nalgas, que eran símbolos nazis y, antaño y en otras culturas, símbolos de paz y amor. Pero no sólo les provocó, sino que al final todos fueron nazis, y al ser todos nazis el nazismo dejó de existir (así como todos somos humanos, y hemos dejado de ser humanos de tan humanos que somos.)

Y como las modas son un virus, fuera de Alemania se impusieron por igual las pantaletas y las esvásticas. En Venezuela, unas señoras, arrechísimas, salieron a protestar, mas no por el decoro sino porque decían que ellas habían sido las primeras en sacar a relucir las pantaletas por aquellos días de manganzonería colectiva, llamados por algunos "Paro Cívico Nacional" y por otros "Sabotaje contra la Revolución Bien Bonita". Total, que nadie les paró con su cuento del paro y, un día, hubo una cadena de televisión nacional, y el Presidente de ese país salió en pantaletas, junto a sus ministros, jueces y diplomáticos, agarrados todos de las manos de los factores de oposición, también en pantaletas. Y así fue cómo llegó la paz mundial al mundo, y el Anticristo se jodió, como también se jodieron el nazismo, el fascismo, el nacional socialismo, el comunismo, el imperialismo, el racismo, las teocracias radicales, y hasta la democracia. Todo esto gracias a las pantaletas de las hermanas Chang y a la esvástica. Ah, el fotógrafo aquel balurdo que tomaba fotos de gente desnuda se murió de la envidia y lo enterraron vestido.

Pero todo acabó cuando las hermanas Chang despertaron, y no pudieron soñar más. Una cliente acababa de entrar, y debían atenderla.

Venas plásticas.

José Urriola C.


Chamo, la final del mundial. La final final y yo aquí, parado. En este estadio trivergatario donde caben más de 100 mil, que queda en esta ciudad modernísima que no sé ni cómo coño se pronuncia pero sí que queda en el coño e’ la madre y que hay que agarrar como 7 aviones para llegarle.
Y estamos en el último penalti. Ronaldinho, el capitán brasileño, está a punto de cobrar. Si lo mete ganan el mundial. Otra vez. Qué ladilla. Pero si se lo paro ganamos nosotros. Y te lo juro que se la paro, marico, se la paro como que me llamo Spiderman Quevedo, se la paro porque soy el mejor arquero del mundo. Y se la paro además por mi revolución bonita, por mi amada Leidisrrún y por todos mis compatriotas revolucionarios, y por ese país que ahorita no tiene nombre -porque se lo están cambiando un pelo, aún no se han puesto de acuerdo- pero que se llamó Venezuela, o algo así (mierda, ya ni me acuerdo), hace un rato.
Hace un calor del carajo viejo, estoy que me derrito. Sudo, chamo, como si me hubieran abierto un grifo en la nuca. Me queman los guantes. No aguanto el cuello de la camisa, me pica como si fuera un collar de avispas. Esta tela cubana es como chimba, güevón. Mucho más finas eran las viejas, que eran Nike; pero esas las prohibieron porque no eran bolivarianas. Me bombea la sangre en la cabeza y me explotan adentro unas burbujas calientes y las venas laten, me hacen pum pum pum, como si estuvieran a punto de estallar. Chamo, qué calor tan coñoemadre, qué ganas de que este pajúo del Ronaldinho termine de chutar esa vaina a ver si se la paro y se acaba esta final del carajo. Y te lo juro que me voy a duchar con cubitos de hielo, te lo juro que apenas levante la copa esa de la FIFA le dejo el pelero a todo el mundo y me voy a quitar este calorón de encima con agua helada.
Se prepara Ronaldinho, pone la pelota en el círculo de cal, se aleja seis, siete, ocho, nueve pasos, toma impulso, lo vuelve a pensar, ahora recorta dos pasos. Se devuelve a la pelota, la acomoda otra vez. Coño e’ madre negro este, garimpeiro, muelón, ahora más feo que nunca con ese desriz. ¡Chuta, pues, no joda!
Se viene hacia la pelota, parece que flotara el pajúo, como si tuviera alitas en los botines, viene saltandito como si bailara samba. Ya no es ni la sombra de lo que era en el mundial pasado; pero sigue siendo Ronaldinho, compadre. Y tratar de pararle un penalti a ese carajo es algo que caga. Caga burda. Yo estoy cagado. Y las venas éstas de plástico que me pusieron en Cuba me arden por dentro, como si la sangre me estuviera hirviendo, como si el termómetro se hubiera jodido y yo estuviera a 100 grados debajo del uniforme.
Chuta Ronaldinho y la pelota viene flotadita, por todo el centro de la arquería. No hace falta que me lance hacia ningún lado. La pelota viene de bombita y me va a caer justo en los pies. Pienso en milésimas de segundo que apenas tengo que doblar un pelo las rodillas y bajar las manos para agarrar el balón y ya. Se acaba el mundial, ganamos nosotros.
Pero el cuerpo se me pincha cuando trato de atrapar la pelota. Se me derriten las venas y caigo desinflado sobre la hierba, desparramado justo encima del balón.
No sé todavía si fue gol o no. No me puedo mover, lo único que puedo mover son los párpados y un poquito los ojos. Pero se me viene a la mente, justo en ese momento, todo lo que me ha pasado antes de llegar aquí.
Estaba yo jugando béisbol con un poco de landros del barrio que son medio panas míos -aunque un coñoesumadre de esos una vez me asaltó en la escalera pasando de noche por la escuelita; pero bueno, en una caimanera de esas a uno se le olvidan las culebras y pa’ lante que es pa’llá-. Entonces yo estaba jugando ahí, bien fino, cubriendo la primera y había un poco de gente viendo el juego de pelota y en un momento ya eran un poco de gente más y hasta había unas personas así importantes que llegaron en un carro negro con escolta y con militares y con radios y vainas raras y tal. Entonces uno de ellos, de lentes oscuro, pistola en la cintura y una esclava de oro como de 5 kilos me hizo: "tss, tss, epa, tú carajito, vente para acá pa’ que hablemos". Y yo le dije: "Tranquilo, viejo, aquí andamos en una de depolte y sano espalcimiento", pero yo me medio cagué y todo. Porque esta revolución es bonita y yo estoy con ella, pero de repente a un chivo bolivariano se le ocurre que tú no estás tan con el régimen y te desaparecen rapidito, te torturan, te dejan con el mosquero en la boca en un basurero y después dicen: "fue víctima del hampa común". Uno no es tan pendejo, esas cosas pasan.
Yo me fui con el jefe y el tipo me dijo, con un aliento a caña bien fina: "Mira, carajito, la revolución necesita un arquero para el próximo mundial de fútbol y yo creo que tú tienes madera… ¿a ti no te gustaría venirte a Cuba para hacerte un tratamiento que te va a convertir en el portero más arrecho de la historia?". Y yo le respondí: "Mire, señor, con todo respeto, ¿no?, pero a mí lo que me gusta es el béisbol porque el fútbol me parece un juego e’ jevas. Además yo esa mielda no la he jugado en mi vida. Eso sí, cuando es el mundial yo voy por Brasil y hasta me pinto la cara de verde, bebo caipirinha que jode y bailo samba en la principal de Las Mercedes". El tipo encendió un cigarrito de tabaco negro, se metió los dedos en la boca y se sacó un pedazo de chorizo que tenía atorado entre las muelas y me dijo: "¿Entonces tú estás decidido a no contribuir con la revolución? Tú te estás negando a un favor que te está pidiendo por la patria el presidente mismo". Y ahí sí que me cagué, me tiré un peo de esos que dejan frenazo e’ bicicleta en el interior. Creo que el tipo lo olió y todo, porque arrugó la cara. "¿Cuándo salimos pa’ Cuba, amigo mío? Yo le echo bolas ya" dije yo, y así firmamos el acuerdo.

De Cuba casi ni me acuerdo. Creo que La Habana olía a salitre con orine, había gente pobre por coñazos, igualito que en Caracas pero con la ropa más vieja, que había puros carros destartalados y las casas desconchadas, todo era como del año de la pera. A mí me metieron de una en el centro de entrenamiento. Me llenaron de cables hasta por el culo, me hicieron pruebas de resistencia y de reflejos, y me obligaron a ver horas y horas de videos de fútbol, casi todo de arqueros: que si uno ruso que se llamaba Yashin, otro alemán que se llamaba Sep Mayer –o algo así-, otro ruso como de los ochenta que era algo así como Dasaev, del paraguayo Chilavert –que me cayó full mal, pana, rolo e’ mamagüevo-, y mucho también del venezolano "Guacharaca" Baena, de otro llamado Dudamel, y sobre todo del héroe bolivariano de la patria Gilberto Angelucci –que yo ni sabía que había sido arquero, porque yo me enteré de que existía ese carajo cuando lo nombraron Ministro de la juventud la cultura la artesanía popular y el deporte, además de presidente del IND, hace poquito-. Bueno, yo me pegué todo ese tratamiento enterito. Estaba que vomitaba fútbol, me metían fútbol hasta en enemas. Entonces un día vino el médico cubano, que era como el chivo que más meaba en el centro y me dijo: "Oye tú, estás listo ya para la operación". Y acto seguido, sin pedir permiso ni un coño, ras, me metió una inyección que me puso tonto y ¡pum! a dormir.
Cuando desperté ya me habían abierto y vuelto a cerrar. Me sacaron las venas y las sustituyeron por un material nuevo trivergatario, una mielda rara que ni en la NASA, güevón. Una vaina que era de plástico, pero también hecha con tejido embrionario de fetos abortados de no sé dónde –a mí me dio medio paja preguntar porque era una cosa medio chimba-. Bueno, unas súper venas que me hacían un carajo súper arrecho, pues. Y cuando me pusieron a probar qué tal las venas, resulta que corría como 3 veces más rápido que antes, saltaba el doble, los reflejos los tenía como si fuera un gato, pana, una vaina que si me tiras un balazo te agarro la bala con los dedos. Y me ponían durante horas a tapar balones que salían disparados de una máquina que soltaba 20 pelotazos de fútbol por segundo y yo los paraba todos, marico, todos. Como si fuera el hombre araña, pana. Y me dijeron: "Eres el mejor arquero del mundo, Spiderman Quevedo" y yo me lo creí. Bueno, no me lo creí, yo me convencí de eso que ya sabía.
Se acabó el tratamiento, me regalaron mi uniforme de arquero del equipo bolivariano revolucionario de… (puntos suspensivos, no había nombre) y me montaron en un avión. Luego en otro. Y en otro. Después en otro, y otro y otro. Y cuando por fin me bajé no sé dónde coño e’ la madre, donde se enchufa el sol, me dijeron unos culos bien buenos en minifalda y con acento raro: "Bienvenido a la Copa Mundial de Fútbol".
Jugamos todos los partidos y quedamos invictos gracias a mí. Ni un gol encajado en chorrocientos minutos. Me di cuenta de que había otro pana, el zurdo Macwilson Chacón, que también estaba operado porque el pana corría más que nadie, le quitaba la pelota a todo el mundo, driblaba como un demonio, se driblaba hasta él solito y chutaba con una fuerza, güevón, que si te atraviesas te abre un hueco, te parte como a un palito de helado. El pana, ya en octavos de final, había roto el récord guiness de goles en un mundial; y él y yo éramos la sensación de la copa. Nos hicieron el antidoping como 20 veces y no encontraron nunca nada. Y un día, en las semifinales, se nos apareció un ruso que es dueño de un poco e’ vainas y hasta de un equipo arrechísimo en Londres que se llama el Chelsi, o por ahí, y me dijo en un acento rarísimo: "Ofrcerr 30 millón eurros ya, tú arquero de Chelsi". Y yo creí que el tipo era presidente de un país igual al nuestro porque el carajo se sacó la chequera del bolsillo del flux y ya me estaba firmando el cheque con ese poco de ceros cuando yo le dije: "Ya va, míster, fréneme eso un pelo ahí. Es que yo este tipo de vainas las tengo que discutir primero con mi jeva, Leidisrrún, porque si no se me arrecha la cuaima y me meto en rolo e’ peo". Y él me dijo: "Al finalizarr parrtida, tú y yo negocio, 40 millón eurro". Y yo le dije: "¡Sí va, papá, plomo!".
En la semifinal fue que Macwilson se derritió en la mitad de la cancha. Hizo pufff el coño e’ madre. Estaba así, corriendo para un mano a mano contra el arquero argentino, iba a marcar ya el 5 a 0 (y los argentinos con aquella arrechera porque era peor que aquél 5 a 0 famoso contra Colombia, nos molían las canillas a patadas y nada). 4 a 0 iba la vaina, papá, y yo las paraba hasta de taquito, hacía el escorpión, le paré una a Riquelme así con el culo y todo. Pero bueno, Macwilson iba listo pa’ meter el quinto cuando de la nada, como si le hubiera caído un rayo, se volvió como fruta y cayó como un vómito caliente sobre la grama. Quedó nada más que el uniforme rojo (antes era vinotinto, pero como no era un color muy bolivariano y además recordaba los malos tiempos, hicieron uno nuevo rojo, muy rojo, y con las 15 estrellas de la bandera y con el nuevo escudo nacional en el pecho, donde el caballo sale encabritado en dos patas y con el pipí parado que simboliza que somos los más arrechos y nos vamos a coger a todo el mundo si nos da la gana).
La final la tuvimos que jugar contra Brasil y sin Macwilson. Burda de chimbo. Nos pusieron una cinta negra y tricolor en la manga del uniforme bien bonita. Y decían que Brasil era súper favorito, que estaba en las apuestas como 100 contra 1. Y la pizarra del estadio, cuando entramos, decía Brazil Vs …. (puntos suspensivos, marico, porque nombre no tenemos hasta que se pongan de acuerdo en la Asamblea o hasta que el presidente diga algo). Chamo, y no se había acabado el himno nacional (el nuevo, claro, porque el viejo está prohibido por decreto internacional del presidente) cuando ya nos estaban lloviendo pelotazos por todos lados. Una vaina muchísimo peor que la máquina cubana aquella. Pana, como 200 chutes por segundo. Brasil embalado y nosotros con un equipo de puros mortales, sin el finado Macwilson, así que ataque ni teníamos. Aguantamos los 90 minutos colgados del marco los 11 y yo sobrecalentado, parando lo imparable. Yo pensaba, "marico, si nos meten un gol nos van a fusilar antes de llegar a la casa. No llegamos vivos y en el avión nos van a torturar. Pero si ganamos esta mierda nos van a nombrar diputados, nos hacen estatuas, héroes de la revolución, nos ponen a escoger entre las misses para ver con cuál queremos echarnos uno, no joda, la gloria". Pero me estaba fundiendo, marico, literalmente fundiendo.
Y así llegamos a la prórroga, que fue lo mismo que los 90 minutos anteriores pero peor. Burda de más peor. Y yo le eché la bola pareja y ni Ronaldinho ni mariquinho, ni mamagüevinho, ninguno de esos pudo meternos el gol, papá. "Eu nao posso acreditar! Você acredita?" decían los carajos, que son igualitos a nosotros pero en brasileño. Hasta que se acabó el juego, tres silbatazos del árbitro y llegamos a los penaltis.
Es el turno para patear de Ronaldinho, que no es ni la sombra de lo que era antes pero sigue siendo Ronaldinho, viejo, nada más y nada menos. Y uno es humano –a pesar de las venas y el tratamiento cubano, uno es humano- y caga claro que te da.
Si la meten ganan ellos otra vez. Qué ladilla. Pero si se la paro ganamos nosotros. Y te lo juro que se la paro.
Chuta Ronaldinho el penalti. Caigo desinflado, como derretido sobre la pelota. No sé todavía si fue gol o no. No me puedo mover, lo único que puedo mover son los párpados y un poquito los ojos.
Y eso es lo que hago, mover los ojos para buscar el balón. La última imagen que tengo es la de la pelota cruzando la línea. Gol de Ronaldinho. Brasil campeón.
Antes de cerrar los ojos por última vez me llega clarita una visión. No seré héroe de la patria, no habrá estatua. Dentro de unos meses nadie se acordará de mí, panita, como si nunca hubiera existido.
Y te digo más: dentro de poquito ya ni siquiera habrá revolución. Se pinchará igualito que yo.

Don't try suicide

María Celina Núñez

Tanta literatura no es buena. Si por lo menos leyera a Julio Verne, pero no. Prefiere a esas escritoras que terminaron muertas antes de tiempo o medio locas.
La cosa en la clínica fue así. Primero un lavado de estómago con sonda por la nariz. Pérdida del conocimiento. Se despertó muy violenta y tuvieron que amarrarla a la camilla. Segundo lavado de estómago, esta vez con una sustancia negra. Violencia y pérdida del conocimiento. Se recuperó momentáneamente y se alegró al ver al doctor Salmerón. Después de eso todo se puso color de hormiga. Traslado urgente a Terapia Intensiva. La prima que llama a la terapeuta (que a su vez no se imaginaba nada) preguntando si esto es realmente necesario o si es para sacar plata. La psiquiatra dice que sí es necesario y que habrá que hospitalizarla cuando vuelva en sí, si es que eso sucede. Para ese momento las expectativas son muerte o manicomio. Pasa tres noches en Terapia Intensiva conectada a un respirador. Una noche, de hecho, predicen su muerte, pero los médicos casi nunca pegan una.
El hermano y la prima se turnan para acompañarla en la clínica una vez que la trasladan a una habitación normal. Pero ella sigue intoxicada. Se ha salvado de la muerte y pelea con el médico que la salvó. Todos la regañan. La prima se va una noche cargada de refrescos y chucherías para aprovechar que se quedan solas y darle un jarabe de lengua. Pero sus planes fallan porque ella aún está demasiado dopada y acusa a su prima con la enfermera aunque ésta no le hace el menor caso. La prima se tuvo que conformar con comer chucherías toda la noche.
En esos días todo el mundo, es decir los pocos a quienes se les cuenta un hecho tan vergonzoso como un intento de suicidio, quiere hacerle ver que reprueban su actitud. A nadie, qué cosa tan rara, se le ocurre preguntarle por qué lo hizo.
Cuando, por fin, un día amanece con la mente más clara, pide Cocacola y cigarrillos. Y eso que aún le arde la garganta por la entubación. Nadie quiere comprarle cigarrillos hasta que llega Milagros que baja a la cafetería y se los compra. De nada sirve. Cuando Milagros sube, ya se le han olvidado las ganas de fumar. La mente todavía no está clara. Milagros se va y olvida dejar la caja de cigarrillos. Otra vez las ganas de fumar. Pero no puede salir a pesar de que ya no la tienen amarrada a la cama.
El episodio de cuando la amarraron a la cama bien vale la pena. Llegó caminando a la clínica porque después de una hora y media las dos cajas, las cuarenta pastillas de Sinogán que se había tomado no le habían hecho efecto. Entró caminando a la clínica mientras su hermano estacionaba el carro. Pidió auxilio porque pensó que la dosis en vez de ser letal, le iba a causar un daño cerebral. Pidió auxilio porque el miedo llegó antes que el sueño y la muerte.
En la Sala de Emergencias la acostaron en una camilla y le preguntaron que si se había tomado las pastillas con el objeto de hacerse daño. Fueron cuarenta, ?qué pensaban? Los recuerdos son nebulosos. La sonda en la nariz...todo ocurría como en un abrir y cerrar de ojos. La golpearon en el hombro porque estaba muy violenta. Se puso más violenta cuando se sintió amarrada, pero se asustó cuando la amenazaron con una camisa de fuerza. Entonces llegó Salmerón, el médico de su mamá. Lo que siguió después no lo recuerda. Ya le han contado con verguenza cómo le rasgaron la ropa y quedó desnuda en la Emergencia. Verguenza mayor ya que estaba pasada de peso.
Otra vez en la habitación: Cuando se fue Milagros llegó Marcelo con cigarros y fumaron a escondidas de las enfermeras aunque, según contaron después, el cuarto estaba pestilente. Pararse al baño era un fastidio porque tenía una vía en la vena. Cuando despertó en la habitación estaba amarrada y tuvo que negociar para que la desataran. La dosis de Sinogán sí era letal. El médico no se explica cómo no se durmió en hora y media. Qué resistencia, pareces un caballo. Pero bruta como una burra. Sólo los brutos tratan de siucidarse, piensan las personas normales.
Por aquellos días tenía dos opciones: encerrarse hasta morir como hizo Djuna Barnes o matarse como hicieron Anne Sexton y Silvya Plath. Como la impaciencia la caracteriza, encerrarse por más de cuarenta años le pareció insoportable. Le hubiera gustado tener una cochera como Anne Sexton y morir encerrada dentro del auto, pero temió incendiar la casa si abría la llave del horno porque siempre puede haber alguien que se antoje de encender un fósforo en la puerta del apartamento de una suicida y el apartamento era de su mamá. Cortarse las venas, ni pensarlo: ella no estaba para dolores físicos. Además, las pastillas eran sin récipe y las traían a domicilio. Ahora que no murió, se siente ridícula por haberle dejado una propina tan grande al de la farmacia. Pero es que era la última propina de su vida, quería dejar una huella.
Conclusión: intento fallido por miedosa e impaciente. Si hubiera esperado una hora más, sí se habría quedado dormida y la habrían encontrado en la noche cuando ya fuera demasiado tarde. Si ya lo hubiera lanzado todo por la borda, como creía, no le hubiera pasado por la mente la idea de un daño cerebral. El modus operandi fue impecable, pero la protagonista se rajó.
Hoy en día la protagonista ve a su prima que no se quedó con las ganas de darle su jarabe de lengua, sino que se armó de paciencia hasta esperar el momento oportuno. Su familia la mira de reojo, con alivio porque se salvó, pero con resentimiento porque la gracia costó seis millones más los honorarios del doctor que es de mucha confianza pero igual cobra. Y Milagros se quedó con la caja de cigarrillos que compró en la clínica, lo que es un desperdicio porque ella no fuma.

Ciertas patologías

Jorge Gómez Jiménez

Entraron enloquecidos, vibrantes, ebrios de sí mismos, tropezando con todo, lanzando a la alfombra lámparas y juegos de llaves y joyas minúsculas y muy molestas bajo los pies, inventando maneras ilícitas de desvestirse sin interrumpir los besos, olvidando rigores esenciales del confort como encender el aire acondicionado o bajar las luces, delirando en el primer contacto cuando la piel desnuda parece un manto de terciopelo pues aún no ha sido lubricada por el sudor, agotando gratificantes posturas y gimientes aullidos y torturantes pellizcos antes de alcanzar el largamente postergado clímax.

Descansaron unos minutos evitando ser vencidos por el sueño para asearse, ella se levantó primero y él pudo voltear para admirar ese maravilloso y escultural y ondulante cuerpo y decirse no puedo creer que he estado dentro de ese volcán, y cuando ella se perdió tras la puerta del baño él buscó con la mano el botón del aire acondicionado e hizo ademán de levantarse, aunque realmente encendió un cigarrillo que fumó a grandes y cansadas y satisfechas bocanadas mientras pensaba en su suerte.

Él había entrado al restaurante nada más a orinar y ella estaba solitaria sentada en una de las mesas, y cuando él pasó de regreso ella lo miró amenazante, feroz con sus ojos de almendra y sus pómulos pronunciados y su piel oscurísima y él se dio cuenta entonces de que había una orquesta y algunas parejas bailaban, ella asintió como si él hubiera tenido tiempo de invitarla y bailaron muy juntos, conversando sólo lo indispensable, alterando el ritmo natural de la música con impulsos propios, decidiendo ahí mismo la fuga a recintos más íntimos.

Cuando ella salió del baño ya el cigarrillo estaba en franca agonía y él quiso acotar lo mucho que le habían excitado ciertos gemidos que ella desbocó durante el clímax, cuando sus ojos parecieron despedir lenguas de fuego y todos los vellos de su piel se erizaron y sus uñas intentaron peligrosamente rasgarle la espalda y su cuerpo se convirtió en una oscura túnica ondeante sobre él, pero prefirió asearse antes y así a su regreso iniciaría una conversación digna del momento y aprovecharía para explorarla un poco y saber de ella y quizá hasta prepararla para una nueva y más fogosa andanada.

Tomó una ducha rápida previendo que ella podría estar cansada y se dormiría si él tardaba mucho, y sonrió secretamente cuando volvió y la encontró recostada en una postura sugerente y terminando un cigarrillo, y siguiendo su pequeño plan habló de los gemidos que le habían excitado tanto y ella esbozó una sonrisa diminuta y lo atrajo hacia sí y le dio un largo beso, y le dijo con voz muy baja como si estuviera confiándole un secreto que siempre que se acercaba al clímax se transformaba, quizás porque estaba condenada desde niña a ser una pantera, y él rió la ocurrencia y encendió otro cigarrillo y se levantó de la cama para traer un vaso de agua del que ambos bebieron con avidez.

No tardaron mucho en estar dispuestos para la segunda sesión y esta vez sí cuidaron los detalles, y él pudo a media luz ver cómo a ella se le distendía la mandíbula y entre sus dientes blanquísimos su lengua palpitaba como un animal con vida propia y en celo, y pudo disfrutar de los contrastes cromáticos del cuerpo monumental en el que estaba entrando y del contraste sensorial del aire frío con su cuerpo en ebullición, y se excitó hasta el borde de la depravación cuando ella lo asió con sus manos y sus piernas y en ágil maniobra cambió de postura y lo lanzó contra la cama y se alzó sobre él, y sus ojos y su piel y sus uñas y su cuerpo en su totalidad empezaron de nuevo a estallar.

Se asearon juntos y con expresión satisfecha y quizás con prisa porque deseaban dormir un rato antes de un eventual tercer encuentro, y ella le preguntó si de nuevo le había parecido que se transformaba, y él la besó y le ratificó su impresión y hasta se permitió bromear y llamarla mi pantera, y ella hizo un mohín y se lamentó de que él no creyera que realmente estaba condenada desde niña a ser una pantera, pero le prometió que si no opinaba al respecto le contaría con gusto su historia en la cama, y él puso como única condición que tras la historia vendrían al menos unas pocas horas de sueño antes de la siguiente sesión.

Ambas promesas fueron cumplidas, pues ella contó su historia y luego encendió un cigarrillo y él no dijo nada excepto las buenas noches, y mientras se deslizaba plácido a las más profundas regiones del sueño pensaba en la locura de ciertas gentes y en ciertas patologías que inducían a las personas al vano juego de intentar convencer en relación a la veracidad de historias absurdas como la de ella.

Decía haber apedreado cuando niña al pequeño perro de la vecina hasta darle muerte, decía que esa noche dos enormes perros entraron por la ventana de su cuarto y le hablaron en forma pausada y con educación pero severamente, decía que los perros que la habían visitado eran algo así como representantes de la autoridad animal, y decía que ellos la habían condenado a ser una pantera cada vez que sus más remotos instintos afloraran, y él como es natural no creyó nada pero había prometido no opinar y hasta una sonrisa habría sido una opinión y simplemente viró sobre sí mismo y se durmió.

Ella no estaba cuando las horas cumplieron el ciclo en el que exterminan a la noche y los policías irrumpieron en la habitación, y el empleado que les había cobrado y dado la llave dijo que era extraño porque estaba seguro de que el hombre muerto con la espalda rasgada como si hubiera sido de papel había entrado con una mujer alta y de tez morena, y aunque alguien que sirvió de testigo dijo haber oído el rugido de un felino salvaje y ese testimonio permitía elucubrar coherentemente que la mujer había sido llevada fuera del hotel por la fiera, no se encontró otro cadáver en las cercanías ni hubo manera de explicar qué diablos hacía una pantera en pleno centro de la ciudad.


Ajuar

Mireya Tabuas


Desde el palco presidencial
¿Pantalón blanco que las trasluce? ¿Bluyín que las abandera? ¿Traje sastre que las niega? ¿Vestido largo que las intuye? ¿Gruesa pana que las encierra? ¿Seda que las malcría? ¿Shorts que las mantiene en duelo contra la gravedad? ¿chaqueta que las desautoriza? ¿Minifalda que las precede? ¿Pijama que las evita? ¿Sábana que las abandona -free-?

Presentación formal a la prensa
¿Amarillas (de la suerte, dicen), envolturas rubias de 31 de diciembre? ¿Grandotas y cómodas para dormir en una cama demasiado gorda? ¿Rosadas y dulces para ser degustadas poco a poco por un inexperto postulante a pederasta? ¿Pequeñísimas y negras para jugar a ser la sacerdotisa que se ofrenda a esos labios ( y a esos otros y a esos otros -indiscriminadamente-)? ¿Blancas y muy nuevas como de niña perversa que -hecha la tonta- las muestra y que al descuido en el recreo? ¿Curtidas por las múltiples lavadas porque para qué repotenciarlas si no hay con quién? ¿Viejas y deshiladas -y destiladas, sobre todo destiladas- para los días en que ciertos fluidos se apoderan del reino de los cielos? ¿Desechables para que se desmiembren bajo sus dientes caníbales? ¿Naranjas y chillonas, indiscretas ellas, que intentan -inútiles- asumir el papel de mamirruquis? ¿Hilos dentales para mostrar que el trasero está libre -o plagado- de pliegues irresponsables y exhibicionistas? ¿Transparentes –al grano- que no convocan ni una pizca de imaginación (aquí tienes la mercancía, papi)? ¿Henchidas de encajitos y bordados como para entretener a la teleaudiencia en vericuetos y distraer el ojo del vigía? ¿Íngrimas y solas intentando tapar un paisaje sin turistas? ¿Emulando un boxer para el goce de los que esconden su fantasía bajo el closet? ¿Sudadas de un día sobrado de matices? ¿Dolientes -olientes- a esparcimientos seminales (y semánticos) ajenos? ¿o simplemente dejar la carne al aire libre, respiración boca a boca?

Sube el telón
¿El espeso monte (el bosque tropical -el tobogán de la selva-)? ¿El desierto a 40 grados? ¿La publicidad de las hojillas doble filo? ¿La boca abierta al asombro? ¿Boquerón II? ¿El nudo gordiano? ¿El premio Nóbel de la paz? ¿La sagrada Biblia? ¿La boca del lobo? ¿El ojo de la aguja (ahí viene el camello)? ¿La promoción pagas 1 y llevas 2? ¿La dirección correcta? ¿El teléfono equivocado? ¿El canal rápido de la autopista? ¿Peligro perro bravo?

En el lugar de los hechos
¿A rin pelao y san se acabó? ¿Incluida en el paquete -como en las pornos- para que el visitante irrumpa de ladito, protegido entre el cortinaje? ¿Bajándola pausadamente mientras la tarde -él- se reclina ante el magnífico espectáculo de tu par de piernas? ¿Tijera en mano -sus colmillos (fiera)-? ¿Colgada en su nariz garante de tus sutilezas?¿Sin reparar en ella (a estas alturas extra en la trama)? ¿Lanzada al azar entre los escombros y la lava?

Dime qué pantaleta usas y te diré quién eres.

Schadenfreude

José Javier Rojas


Felicidad: Sensación agradable que nace de contemplar la miseria ajena
Ambrosio Bierce, Diccionario del Diablo

Quien recuerde el partido Corea-Italia del Mundial pasado, quizá no recuerde que ganó Corea, pero de seguro recordará que perdió Italia contra "unos chinitos flacos". Al menos frente a las pantallas de TV en Caracas y Valencia, me consta que a los infatuados pavitos ricos y a las jevitas (más ricas y más infatuadas, evidentemente, sobra la aclaración) con la camiseta azul la cara se les puso idem, y se pusieron todos tan chiquititititos, que al final parecían pitufos.

En nuestro deporte nacional no cuatrienal, los caraquistas no disfrutan tanto que gane el Caracas como que pierda el Magallanes. Los magallaneros no disfrutan tanto ganar como ver perder al Caracas, con quién sea y cómo sea, incluyendo que le invaliden carreras. En mala hora se titularon los Leones Campeones del Caribe de la pelota rentada: no pasaron dos días cuando en la calle rodaban los rumores de que el potentado Cisneros había sacado la chequera cual organillero y puso a bailar a propios y extraños. ¡Porca miseria!

Cuando Siniestro Total nos molía de la risa con aquello de "Bailaré sobre tu Tumba", lo que no sabíamos era que venían completamente en serio, porque no hay nada que refresque tanto nuestras quemaduras como las bardas y las barbas del vecino ardiendo. Recientemente, la obstrucción de la precaria vía de emergencia con el litoral y la muerte de un alto prelado de la iglesia venezolana resultó en mal disimulados regustos y relamidos placeres mezquinos que harían ruborizar de orgullo paterno al famoso Marqués autor de Justine. Como para acompañar con un chianti y fabada ¡Zape!

Bajarlas

Fósforo Sequera


Noche sabatina. Alientos de menta, tabaco y ron que se mezclaban en la pista de baile, donde las hipocresías daban rienda suelta a un barato juego que, a la postre, puede salir costoso para quienes se atreven a intentarlo. Allí, en un rincón de aquella especie de burdel, se mantenía tímida contra la pared. Ella, sin tener alguna copa en mano, nos invitaba a brindar por los momentos de sensualidad que se evocaban en medio de aquel bolero, canción que nos hablaba de angustia y de nocturna pasión junto al mar. Allí estaba ella, perdida entre lentejuelas y humo de cigarrillo, mostrando una mercancía ya conocida, advirtiendo que su compañía podría ser necesaria en momentos en el que el desamor y la pena suelen atacar sin piedad alguna. Unos se acercaban con indiferencia, como si ella no existiese en aquel recinto. Otros, mucho más atrevidos, la procuraban para tenerla de compañera, amante ruidosa que recibe ebrias caricias, ebrios lamentos, lágrimas y varios tragos de licor derramados en sus sienes. Otro trago de ron en la barra me indicaba que la farra sería más larga que de costumbre. De un solo viaje, el ron bajaba raudo por mi esófago para ir alimentando la explosión que vendría al cabo de unos tragos más. Observaba como ella quedaba sola, esperando que alguno de los presentes se decidiese a brindarle algo más que compañía. En medio de los acordes de un viejo bolero de La Sonora Matancera emprendí la pequeña caminata que me llevaría a su encuentro. Lentamente iba caminando hacia ella, en medio de aquel derroche de trapos fastuosos de barata manufactura y de mujeres esperando por la oferta para un carnal encuentro anónimo. Seguía allí, contra la pared, casi escondida para no despertar sospechas, pero esperando a ver quién se atrevía a pagarle su barato precio para seguir siendo parte de un show que se repite cada noche. Una vez frente a ella, mis ojos fueron recorriendo su cristal rayado de tantos vasos que alguna vez se colocaron sobre ella, mientras la voz de una de las putas intentaba que le comprase unos minutos ardientes a una cifra capaz de destrozarme los bolsillos, precio que no pretendía pagar para poder bajar unas pantaletas. Debajo de aquel cristal se veían frases que daban a entender despechos, pasiones pasadas y cualquier tipo de decepciones en el plano amoroso. Al fondo, una voz quebrada en caña embutida cantaba “aquel cabaret…donde te encontré…perdida” me advertía la presencia del siempre inoportuno borracho de ocasión. Metí la mano en el bolsillo derecho de mi pantalón. Entre llaves y condones se escondían dos monedas de 500, vehículos que me permitirían escuchar a La Lupe con sus insustituibles Qué te pedí y La tirana, así como al Inquieto Anacobero con su Virgen de medianoche y a Rolando La Serie con su versión de Hipócrita. Mi par de monedas fueron a parar a la ranura ubicada en la parte superior de aquella vieja rockola que parecía detenerse en el tiempo. Seleccioné los temas uno a uno A3, B8, C5, F7 y me devolví a la barra para buscar otro trago de ron, mientras la puta seguía haciendo ofertas para hacer del placer un festín de treinta minutos, nada más. Una vez sentado en el alto banco que enfrenta a la barra mientras sonaba el primer tema de La Lupe mediante una agradecida rockola, recibí un inesperado mensaje en mi celular que decía “Trae tus ganas que yo pondré las mías. Estoy sola. Te espero”. Sin pensarlo mucho la llamé, sintiendo en su voz la necesidad de unos tragos y dejar que las ganas y la compliciad hiciesen su cometido. Pagué mis tragos y me dispuse a salir de aquel recinto para dirigirme a un encuentro con la lujuria y el despecho, encuentro que no había planificado. Esa noche, al encontrarme en su apartamento, viendo como su sensual figura se brindaba en seductora ropa y gestos, alcohol y despecho mediante, sabría que las bajaría, y de qué forma.

Jodidos todos

María Celina Nuñez

María Celina Núñez entrevista a Roberto Echeto a propósito de la publicación de No habrá final.

¿Cuál fue la motivación para escribir una novela? Algunos narradores consideran la escritura de una novela como la llegada a la mayoría de edad. ¿Qué opinas al respecto?

Vamos por partes. No creo que en la escritura, ni en ninguna de las artes, exista una «mayoría de edad», o un estado en el que puedas decir que llegaste o que te las sabes todas. Lo que hay es un camino solitario, largo, oscuro y tenebroso por el que debes aprender a transitar con la cabeza baja. Ese camino está repleto de engendros que quieren verte en el hueso y depende de ti no darles ese gusto.

Con respecto a la otra parte de la pregunta, debo decir que para escribir una novela existen miríadas de motivos, pero viéndolo a la distancia, te das cuenta de que todas esas motivaciones tienen que ver con una o dos ideas muy simples. La principal, en el caso que nos ocupa, es que quería retratar el estado de violencia que vivimos y que respiramos a diario en una ciudad como Caracas. Lo curioso es que, a simple vista, ese precepto ha motivado cientos de novelas en este continente. Decenas de escritores han declarado que escribieron su obra pensando en retratar la violencia terrible de Medellín, Bogotá, Ciudad de México, Sao Paulo, Santiago de Chile o Buenos Aires, pero en mi caso esa idea va más allá de los lugares comunes típicos de esa literatura del sicario, de la puta, del dictador, del chulo, del traficante de drogas, del detective privado, del policía corrupto, del chantaje, del torturador, del guerrillero, de los golpes de estado y de todos esos mamotretos del odio que pueblan nuestras ciudades latinoamericanas reales y ficticias. Mi motivación más fuerte consistió en mostrar el componente de mediocridad y chapucería que abunda en el tipo de violencia que se ha desarrollado en mi entorno, lo cual no la hace menos sangrienta ni menos condenable que la de otras ciudades donde el hecho violento se ha transformado en una obra de arte tan precisa y tan perfecta como una maquinaria de relojería.

En Venezuela, tú agarras las páginas de los periódicos y ves, a las claras, que los hechos sangrientos (que cada vez son más y más terribles) están ligados a una evidente estupidez de parte de quienes los cometen… En estos días vi una noticia según la cual aparecieron cinco cadáveres sentados en torno a una mesa redonda. Al parecer, los muertos, cuando estaban vivos, habían jugado a la ruleta rusa, pero en lugar de colocar una bala en el tambor del revólver, colocaron cinco, dejando vacía una sola recámara del arma con la que «jugaron». Técnicamente, el que perdió el juego es el que quedó vivo.

Aquí ocurren dos fenómenos sociales: hay más malandros que gente y hay más gente idiota que sensata. La prueba de ello está en el bello gobierno que tenemos y en lo «bien» que se vive en nuestro país.

En la novela hay dos constantes que son el honor y el humor. ¿Cómo hiciste para compaginarlas?

El honor y el humor, como tales, no tienen nada que ver. No son complementarios, no son antagónicos, no son ni siquiera primos lejanos. Como en la vida real, en una novela se juntan cosas que no pegan ni con cemento.

Lo único que te puedo decir es que a este mundo miserable que vivimos le hace falta más gente honorable que le caiga a tiros a un cementerio de pocetas.

No habrá final es una especie de caleidoscopio de gags, ¿por qué esa manera de presentar la violencia?

Porque vivimos un tipo de violencia salvaje desarrollada por gente capaz de llevar a cabo cualquier atrocidad porque sí, porque no hay más remedio, porque «así fue como salió la vaina» sin que nadie la haya planificado. También porque de ese modo queda claro que una cosa es planificar los acontecimientos y otra, muy distinta, es que los acontecimientos te arrastren. Yo creo que el verdadero humor ocurre cuando tomas las riendas de los hechos y te ríes de la situación, y no cuando la situación es la que te hace, la que te lleva, la que te configura. En ese sentido (y en muchos más) estoy de acuerdo con Alfredo Escalante cuando afirma con sabiduría prodigiosa: «yo soy el payaso de mi propia tragedia».

Si lees con atención No habrá final, verás que hay un momento en el que Baba e Ismael deciden (y subrayo esa palabra) no dejarse joder por quienes los someten a la vejación del encierro, a la zozobra de no saber qué vendrá y a la humillación de quitarles su Mustang y su violín, respectivamente. Ese momento corre paralelo al instante en que los secuestradores dejan de tener el control sobre sus circunstancias, lo cual es mortal para quien detenta el poder de decidir la vida o la muerte de los demás. Yo rescato ese instante de la novela por muchas razones. La primera de ellas es que se me asemeja mucho al naufragio en el que vivimos, sólo que en nuestro naufragio nadie decide nada y los acontecimientos nos arrastran a todos… Por eso es tan pertinente la imprecación en las páginas finales del libro…

Tu novela es presentada por la editorial como un thriller, ¿estás de acuerdo con esa clasificación?

No. Yo diría más bien que No habrá final es una comedia de acción. Pero todo es cuestión de nombres.

En esta época triste la imaginación se encuentra encerrada en las mazmorras del mercadeo y de los lugares comunes. De ese modo, todo lo que produces debe tener una etiqueta reconocible por el público para que pueda participar en «el gran bazar de la existencia»; si no la tiene, te jodiste. Lo peor de semejante situación es que todas esas marcas están tan gastadas, que se han convertido en lugares comunes. Hoy, por ejemplo, todos los relatos policiales son exactos: en todos hay un asesino freak, un detective solitario y una chica que se mueve en la cuerda floja entre la inocencia y la perdición. Puedes encontrar esas características tanto en C.S.I. como en cualquier novela de Vásquez Montalbán, de Eloi Yagüe, de Rubem Fonseca o de quien sea.

Con No habrá final, me planteé la posibilidad de manejar los códigos de cierto tipo de novela negra, pero estirándolos de tal manera que pudiese burlar la grosera rotundidad de los lugares comunes propios del género y de algo que he mencionado de manera oblicua en esta conversación: en Venezuela no tiene sentido escribir thrillers ni novelas negras porque la realidad en sí es más negra y más sórdida que cualquier novelita buena o mala que escribas. En un país donde, en el lapso de un mes, matan de verdad-verdad a tres hermanitos secuestrados, a un empresario, cuyo cadáver aparece con los pies comidos a mordiscos, y a un cura ahorcado en un motel, no existe una literatura posible que le ofrezca redención, esperanza, heroísmo y todas esas memeces que le ofrecen los libros a sus lectores.

La novela negra (como toda la literatura sangrienta desde Edipo Rey y Macbeth hasta Reservoir dogs) sólo tiene sentido en un contexto regido por la ley y la moral.

Como el contexto donde surgió No habrá final es un desastre donde no hay moral posible, pues lo que queda es joder.

Todo escritor tiene un lector ideal. Desde tus libros anteriores Cuentos líquidos y Breviario Galante hasta No habrá final, ¿cuál es tu lector ideal? ¿Acaso hay un lector distinto para cada obra?

Siempre hay un lector distinto para cada obra y no tengo ningún lector ideal.

¿Con qué autores venezolanos sientes afinidad? ¿Te consideras parte de una generación?

Más que una afinidad, siento una hermandad y una admiración desbordadas por el trabajo de Israel Centeno, de Enrique Enriquez, Juan Carlos Chirinos, Juan Carlos Méndez Guédez, Rubi Guerra, María Celina Núñez, Salvador Fleján, Fedosy Santaella y Francisco Massiani.

Y sí me siento parte de una generación; de una generación que no adquirió su amor por las historias, por los libros y por contar cuentos, sólo leyendo o sólo estudiando autores famosos de aquí y de allá o de dónde sea. Yo decidí escribir mis propios relatos después de ver miles de horas de televisión, de haber leído toneladas de suplementos, de haber dibujado resmas enteras de papel bond, de haber jugado Pac-Man hasta el cansancio, de haber llenado álbumes y álbumes de barajitas, de haber pasado horas en el cine, de haber sufrido humillaciones indecibles en mi país, de haberme aburrido de lo lindo leyendo los cuentos y novelas que propone el programa de bachillerato venezolano, de haber oído horas y horas de Radio Difusora Venezuela, de haber aprendido a manejar a los 28 años y de haber soñado durante siglos con tener un Javelin y una escopeta.

Lo que quiero decir es que, a partir de mi generación, escribir un cuento no es lo que era antes porque en el correr de estos años se han puesto a circular miles de artefactos y de recursos que han cambiado la forma de percibir la narrativa de nuestra propia vida, lo que, a su vez, ha cambiado nuestra forma de estudiar nuestro propio pasado y el pasado en general de la humanidad. Quien lea lo que escriben los miembros de esta generación pensando en patrones viejos, está jodido. Y les advierto que en el futuro será peor…

Recientemente participaste en una polémica sobre la narrativa venezolana. ¿Cuál es tu opinión sobre estas polémicas que ya han tenido lugar anteriormente?

Siento un vacío en el estómago y lamento mucho que la gente trivialice la polémica diciendo que esa misma discusión se da cada cierto tiempo, como si eso fuera una respuesta digna del problema que se plantea.

Yo sigo creyendo que la literatura venezolana vive un momento brillante, pero si nadie hace nada con eso, pues nos jodimos todos, cosa lamentable que, creo, le es cara al ser venezolano. Nos gusta sentirnos jodidos porque no tenemos la suficiente educación ni la suficiente grandeza de espíritu para saber cómo comportarnos ante nuestro propio éxito.

Desde el punto de vista del escritor, ¿cómo te sientes tratado por la crítica?

Me siento muy bien. Cuando me encuentro a los críticos, me saludan muy cariñosos.

¿Tienes algún autor de cabecera, alguien cuya obra te sirva de inspiración?

Tengo varios: Groucho, Harpo, Chico, Zeppo y Gummo Marx más José Antonio Ramos Sucre. De unos me fascina la calidad corrosiva del humor que produjeron y del otro me interesa la posibilidad de encontrar belleza en los horrores de una vida cruzada por un destino siempre violento.

¿Cómo te autodefines como escritor?

Como un güevón que todavía cree en esto.

Electrodoméstico

Karina Sainz Borgo



Marilyn clavó los ojos en la tostadora. Miguel hablaba sin parar, completamente enamorado de sí mismo. Esperaban para salir de casa. Ella sólo miraba el electrodoméstico. De cuando en cuando se paraba de la silla. Daba vueltas alrededor de la mesa. Se sentaba unos minutos para ponerse de pie, otra vez. Allí estaba, sola, invocando un vuelo rubio de raíces oscuras. Allí estaba Marilyn, abobada por su reflejo en el vientre caliente de una tostadora.

Se concentraba en mirar, empujando su respiración contra el calor de las parrillas y el olor a pan quemado sobre más pan quemado. Sus secretos se alejaban de la mesa. Escapaban como viajeros que atraviesan el cableado de la corriente eléctrica hasta el corazón de los postes.

- "¿Realmente lo tendrían, digo, corazón?" -se preguntó Marilyn en voz alta. Miguel seguía hablando.
-"¿Que si realmente lo tendrían?" -repitió. Miguel no dijo nada. Ella sólo tostó sus ojos en el electrodoméstico.

Salieron con retraso, cerca de las doce. Miguel manejaba. Sólo una valla de telefonía celular le ofrecía su enorme sonrisa de neón como una consolación. Marilyn decidió sonreír también, cual virgen copiloto. Ensayaría cuantas veces fuese posible, poniendo a prueba el blanco de sus dientes fumadores contra la noche y sus vidrios. Sonreiría para resistirse, sonreía para seguir siendo Marilyn.

Al llegar, Miguel le abrió la puerta del carro. Marilyn bajó del asiento como la reina destronada de las minifaldas, deslizándose por los bordes del asiento. Atravesaron el umbral del local, un enorme corralón ubicado en la planta baja del Centro Comercial Chacaíto, que antes había sido Le Club y ahora se reducía a un enorme piso de baldosas pegostosas, negras por el ir y venir de tacones de punta y los zapatos de goma.

Marilyn se dejaba conducir. El sonido del drum n’ bass le aturdía levemente, lo suficiente como para que fuese divertido. Miguel iba a su lado, deteniéndose a saludar a los mismos desconocidos de siempre. Las caras se parecían a todas las caras, los cortes de pelo se parecían a todos los cortes de pelo. Gente que se parece a más gente, sólo eso. Afuera, los postes descorazonados alumbraban la calle, tartamudeando sus pequeñeces en el sonido de la corriente eléctrica.

El cuerpo de Marilyn, enteramente rubio, se resistía a la oscuridad. Bailaba para sí, para sacudir el reflejo de sus piernas en el sonido de la música. El Dj había puesto una pista de KID 606, que rápidamente cambió por algo de Miss Kittin & The Hacker. Después hizo sonar Playgirl, de Ladytron. Marilyn disfrutaba lo suficiente como para que se tratara de una noche parecida a todas las noches, moviéndose como lo haría un maniquí hambriento que ha perdido su peluca.

Alrededor de Marilyn, escenografía, sólo eso. Una delgada mujer se acercó a ella, ensayando una mirada intensa, profunda. Marilyn se dio la vuelta, bostezó y miró a Miguel, que había regresado de su paseo recolector de desconocidos. Él pasó las manos por su cintura, le dio un beso parecido a un premio y siguió su camino. La mujer seguía a su lado, desgastando sus ojos maquillados contra el aburrimiento de Marilyn, que bailaba porque no tenía nada mejor qué hacer. Transcurrió una hora. La siguiente a ésa fue igual, quizás un poco más dulce por el olor de la hierba.

-¿Nos vamos? -le preguntó Miguel, no sin antes darle su acostumbrado besito de "tranquila ya regreso".

-Como quieras -le dijo.
-Voy despedirme de Adolfo –como si ella tuviese remota idea de quién era-, y nos vamos, ¿vale?

Salieron del local cerca de las tres de la mañana. No se dijeron nada en la media hora de cola que tuvieron que esperar para salir del estacionamiento. Quizás algo sobre la intensidad del aire acondicionado y la piel de gallina de Marilyn, eso fue todo. La autopista lucía igual. Llena de ese miedo que acumulan las acercas en Caracas.

Al llegar a casa Miguel encendió las luces. Marilyn quedó en el marco, justo en frente de la puerta que daba hacia la cocina. Miguel dejó de hablar, por primera vez en toda la noche. Luego dijo algo sobre su falda y la piel de gallina. Marilyn no prestaba atención, se limitaba a escucharlo, a recibir sus palabras como el sonido de un ventilador. Él comenzó a hablarle al oído, a decir cosas estúpidas; palabras incapaces de humedecer nada. Sus besos ya no tenían el sonido "tranquila ya regreso", había en ellos algo amargo, salado; parecido al aliento cansado de las aceitunas. Marilyn volvió entonces a clavar los ojos, abobada por su reflejo en el vientre caliente de una tostadora, mientras sus secretos escapaban como viajeros hasta el corazón de los postes.

Esa basura llamada anís con moltadela

Joaquín Ortega

La lírica afro-cubana y caribe en ritmo de guaracha o merengue siempre me ha atraído no sólo por ese alto contenido rítmico y erótico, sino también por la excelente capacidad de síntesis respecto a cualquier tema que se plantee. El humor -sobre todo el relativo al uso del doble sentido sexual o al de malas palabras- está presente en un altísimo porcentaje en toda la discografía bailable latinoamericana. Tal vez por cantarle a mis amigos algunas melodías que resonaban en mi cabeza, comencé a escribir letras, unas un poco más graciosas que otras. Mi experiencia como escritor de televisión me ayudó a darle más orden a la estructura de las estrofas y, esa mezcla entre perplejidad y envidia que sentía al escuchar temas en la radio, casi tan malos como los míos, me obligó a tomar más en serio el proyecto.

Los temas se dieron a conocer cantados a capella, en una sección dentro de un experimento radial llamado "Corte de Pelo", en el marco del Salón Pirelli de Jóvenes Artistas, edición 1998, al aire todos los domingos de 12:00 a 1:00 P.M. Luego fueron arreglados con ayuda del cantante, músico y productor musical Mauro Stiffano para una sección dentro de El Show de la Gente Bella "Salsas Eróticas". Fue pasando el tiempo y el ocio y ahora, casi veinte temas esperan por su oportunidad de ser expuestos

Las canciones que leerán y oirán a continuación tienen su propia historia interna, casi todas son autobiográficas y pretenden parodiar el género de la salsa erótica. Estilo que ya es casi una caricatura en sí misma. Asimismo, en próximas oportunidades les mostraré la mirada que le he dado a otros géneros, también parodiables como la ranchera, el vallenato, el speed metal y la balada.

El Proyecto, ordinario y grosero, como espera mantenerse, se denominó: Joaquín Ortega y su Anís con Moltadela: El Ataque con todo de la "Seixi Salsa". Luego se convirtió en parte de los temas del Mapurite Pack, un stand up comedy que pudiera ir hacia el "hard boiled humor". En ùltima instancia el ritmo degeneró en "salsa bazuco"

Con ustedes: las vulgaridades...



VAMOS A HACEL EL AMOL

L y M: Joaquín Ortega
Intérpretes: Joaquín Ortega y Los Mr. Suave`s Dry Martini

Mami tengo la llave de la habitación
Es tremenda pieza y tiene hasta jabón
Mami esto es un sueño hecho realidá
Después de cinco perros en el buleval
Te voy a ponel horinzontal

Coro:
Vamos a hacel el amol
Vamos a hacelo sudando
Vamos a hacelo despacio
Que ha salido bien caro
El hotel y este cualto

Mami hay que hacerlo con toda precaución
Aquí están las gomas que protegen al amol
Mami agárrate que el jees ya va a arrancal
Después de cinco perros en el buleval
Te voy a ponel horinzontal

Coro:
Sección de metales, clave, coro en tono menor 1 vez. Entra estribillo

Estribillo:
Quítate el sostén que quiero velte los senos

Yo si soy romántico
No prendo el aire acondicionado

Quítate…

Vaya mamita linda
Dámela pa´cá, dámela pa´cá.

Quítate…

Sigo siendo romántico
No prendo el televisol, ay no señol

Quítate…

Mañana te brindo arepa
A ti que te gustan de chicharrón, que vacilón

Clave, regreso a coro en tono menor, final.

Sóbate Celia que esa patineta
No tenía rolineras.


GALÁN DE BURDEL

L y M: Joaquín Ortega
Intérpretes: Joaquín Ortega y Los Mr Suave`s Dry Martini

Entré a aquel bal a media luz
En la rockola estabas parada tu
Te enamorates de mí físico
Y de mi erotismo al bailal

Yo sé que tú no eres como las demás
Tu no me buscas pol mis riales

Tu me entregarás todo tu cuelpo
Polque sabes…
Que yo me muevo fino

¡Dubidubidubidubidú!

Coro:
Soy un galan de buldel
Y me gustan las mujeres
Que lo hacen pa´comel

Sólo un galán de buldel
Te puede hacel sentil
Toda una mujel (bis)

Tu único hombre he sido yo
Nunca te pago si te lo hago
Yo te regalo fantasía y ropa íntima casual

Aquí estoy yo con todo un juramento
Me voy a hacel un funcionario
Pa´ llevalte y sacalte
Para siempre de esta vida

¡Dubidubidubidubidú!

Coro:
Estribillo:

Soy un galán de buldel…

Yo te traeré tu cena mamita rica
Adentro de una viandita

Soy…

Yo sé que tu alma es vilgen
Aunque tu cuelpo sea del pueblo

Soy…

Si quieres te acompaño a compralte todos tus vestiditos, y también a sanidad

Soy…

Yo sé que esto sólo es un trabajo
Y el único macho en tu vida he sido yo

Final

Para ti Jessica…dueña de mis madrugadas.



EL MERENGUE DEL COMEGENTE

L y M: Joaquín Ortega
Intérpretes: Joaquín Ortega y Los Mr. Suave`s Dry Martini


Podré ser gocho
pero mocho yo no soy

Como la carne más barata
del sector

y cuando compre mi nevera industrial
Tendré bisteses pa´ freir y regalar

Coro:

Yo
soy el comegente
lo monto en la olla y lo vuelvo
un sancocho señor

Yo
soy el comegente
pasénme el onoto pa´ darle a esto
un poco e´ color

No como gordos
pues me suben la tensión
ni carne de hembra
porque pierdo la pensión

pa´ ser caníbal sólo falta voluntad
buenas las muelas y apetito de verdad

Coro:
Estribillo:

Dorángel
Dorángel
Dorángel
prepara carnita sabrosa
Dorángel
Dorángel
Dorángel
prepara carnita jugosa

A Berta le como la pierna
A Alfredo le como los dedos
A Marta le como la espalda
A Soto le como los ojos

Si a Angulo no le muerdo nada
Mucho menos al tal Genovevo

¡Caníbal sí, pero raro no!


TU MUELDE MUSLO

L y M: Joaquín Ortega
Intérpretes: Joaquín Ortega y Los Mr. Suave`s Dry Martini

Yo quiero sel tu muelde muslo
Yo quiero sel tu rasca buche
Yo quiero sel la mantequilla
Que se derrita en esa arepa

Yo quiero sel tu muelde muslo
Yo quiero sel tu lambe oreja

Yo quiero sel la mayonesa que
Unte toítica esa hamburguesa

Yo quiero sel tu muelde muslo
Sel el azote de ese barrio
La pega fina de esa barajita
La guasaca de esa morcilla

(Sección instrumental romántica)

Coro:
Mami yo quiero sel
Mami yo quiero sel
Mami yo quiero sel
Mami…tu muelde muslo

Que te mueldo que te lambo
Que te lavo que te ensucio

Coro:
Que tu pichas yo bateo
Que tu cachas que yo picho

Coro:
Aquí tengo el jaboncito pa limpiá ese parabrisas

Coro:
Aquí tengo la mordía pa´ esa burro e´ pantorrilla