Fragmentos para vampiros
Humberto Valdivieso
1. Difícil es asomarse de nuevo y sentir los ruiditos del radio, la brisa y la insolación. Pero lo mejor es percatarse de que ya no existen rastros de todo aquel desorden. Los ríos de gente corriendo se agotaron, la turba de sirenas cesó, no hay vidrios rotos, ni llanto, ni papelitos, ni mordiscos, ni siquiera un latido. Es que no podemos soportar, nadie vive para resistirlo. Pero sin duda lo más importante es que acabaron los disparos. Eso puede ser una señal o un augurio, quizás.
2. Algo más debe suceder. Bueno, tal vez haya allanamientos, aplazamientos, tomas de conciencia ¿Cómo se toma conciencia ante una visión, si algunas personas mueren sin excusa? Pero nadie toma eso en cuenta. ¡Ah! Apenas importa subir y bajar haciendo desesperadamente el amor día tras día. Tocarse y besarse entre las balas y los gritos de los acorralados. Yo haré igual. Ya me he colmado de odio por lo bello y lo feo. Por eso subí a esta ventana de marco azul y cambié monedas, y cambié desesperadamente de piel.
3. Cualquiera padece la necesidad de hacer una confesión, pero los labios se cierran y no dejan escapar ni un murmullo. Todo es circunstancial, quieto. Las piernas dejan de temblar y se acostumbran a estar encogidas hacia el pecho. Es la mejor posición para escuchar. Por momentos pasan los aullidos de las mujeres que pastan en las vidrieras, las canciones rítmicas de los colchones viejos y el lloriqueo de los hombres que caen desde las azoteas. Todos los sonidos caminan como si fueran equilibristas; son coloridos y bulliciosos hasta que se hacen imprescindibles y absurdos.
4. Tiene la cara adormecida, sus manos están ebrias. Es un sol estático, inmutable. Se levanta, y hunde su piel en la peinadora, en el perfume. No estoy seguro de reconocer su figura, hay bruma y silencio. No sé si me mira y finge colocarse su liguero. Me volteo, me alejo creyéndome inmune. Y luego, inconsciente, la pretendo de un golpe, de un zarpazo, de un gesto; sin poder contener el aliento. Me observa, me espía. Y adormecida, murmura en mi contra acertijos y números extraños.
5. Aquel bosque olía como tu piel. Yo estaba de rodillas en el único claro que pude conseguir. Tenía la espada alineada contra el torso, respiraba lenta y rítmicamente pues había aceptado mi destino. Entonces te vi pasar: vestido negro, guante negro en un solo brazo, labios negros, cabello negro sobre una piel blanca. Mordí tu espada y tu cuello también. Después de mirarnos fijamente durante una hora pasamos la lengua sobre la noche sin dejar rastros de sangre.
6. Eventos que llevan uno al otro, miradas que no paran de seguirme por los callejones. Tengo años soñando las mismas escenas, tengo décadas despertando justo a la misma hora. Siempre la ventana está abierta sin explicación y esas gotas de sangre aparecen sobre la almohada.
7. Ella camina entre la gente sin perder el equilibrio, su rostro es una máscara o un abanico. Los carros le muerden el trasero, los ciegos le gritan algo, las cocineras voltean a verla. Ella no aparta su mirada, ella no entiende el idioma de la ciudad: tiene una misión.
8. Permanezco sentado sobre la cama a pesar del frío. Abrazo la almohada y trato de no mirar a la puerta: “Mi padre tenía un par de pistolas plateadas. Eran dos Colt Anaconda. Él las usaba para matar mientras yo dormía.”
9. Sus ojos son de fuego, el cabello de mármol y se mueve como una serpiente. Cuando era niña no bailaba por miedo a la cicatriz, sin embargo era deseada por los más jóvenes.
10. ¿5 balas por una rosa? Puedo aceptarlo, dispara.
11. Veo tus imágenes en Internet y comienzo a lamer el monitor. Luego me muevo en zigzag porque estoy lamiendo la acera. Soy tan rápido que recorrí tres cuadras en pocos segundos. Mi rostro está cayendo al vacío y mis oídos no sueltan el ipod: es una forma de meditación. Pero una mujer que lame las heridas de su esposo sobre la cama, unas niñas que lamen la grama de los parques, millones de hombres que lamen sus corbatas, una profesora que lame las manos de sus alumnas: eso no es meditación. Yo creo en la línea que divide tu mentón en dos mitades y mientras lo digo, sin pensarlo, estoy lamiendo el centro de mi pecho: meditación.
12. El filo de las espadas toledanas era apreciado, especialmente, por el rey Felipe el hermoso. Las mejores de todos los tiempos fueron halladas por aquella sombra (que era un hombre), caminando sin rumbo por las calles angostas de la ciudad (nunca llegó a topar con El Greco). Los empleados aún estaban golpeando el hierro cuando él (o ella si prefieren a la sombra) pasó. Siglos más tarde perdieron interés por la puerta de un taller que fue clausurado después de una desgracia. Únicamente se desliza por ahí una mujer los días jueves, coloca su oído sobre la madera gastada por el tiempo y dice: “esta casa no está sola, hay una sobra, tres gotas de sangre y una taza llena de comentarios”.
13. “En algunas obras, pintura y escultura se reúnen formando híbridos que nos confrontan con lo paradójico de la realidad, que nos colocan frente al vacío como valor y nos conectan con sensaciones espirituales tan antiguas que se pierden en nuestra memoria”. Eso dijo el curador de la muestra antes de caer despedazado por los mordiscos.
(Imagen tomada de vampirecodoms.com)
1. Difícil es asomarse de nuevo y sentir los ruiditos del radio, la brisa y la insolación. Pero lo mejor es percatarse de que ya no existen rastros de todo aquel desorden. Los ríos de gente corriendo se agotaron, la turba de sirenas cesó, no hay vidrios rotos, ni llanto, ni papelitos, ni mordiscos, ni siquiera un latido. Es que no podemos soportar, nadie vive para resistirlo. Pero sin duda lo más importante es que acabaron los disparos. Eso puede ser una señal o un augurio, quizás.
2. Algo más debe suceder. Bueno, tal vez haya allanamientos, aplazamientos, tomas de conciencia ¿Cómo se toma conciencia ante una visión, si algunas personas mueren sin excusa? Pero nadie toma eso en cuenta. ¡Ah! Apenas importa subir y bajar haciendo desesperadamente el amor día tras día. Tocarse y besarse entre las balas y los gritos de los acorralados. Yo haré igual. Ya me he colmado de odio por lo bello y lo feo. Por eso subí a esta ventana de marco azul y cambié monedas, y cambié desesperadamente de piel.
3. Cualquiera padece la necesidad de hacer una confesión, pero los labios se cierran y no dejan escapar ni un murmullo. Todo es circunstancial, quieto. Las piernas dejan de temblar y se acostumbran a estar encogidas hacia el pecho. Es la mejor posición para escuchar. Por momentos pasan los aullidos de las mujeres que pastan en las vidrieras, las canciones rítmicas de los colchones viejos y el lloriqueo de los hombres que caen desde las azoteas. Todos los sonidos caminan como si fueran equilibristas; son coloridos y bulliciosos hasta que se hacen imprescindibles y absurdos.
4. Tiene la cara adormecida, sus manos están ebrias. Es un sol estático, inmutable. Se levanta, y hunde su piel en la peinadora, en el perfume. No estoy seguro de reconocer su figura, hay bruma y silencio. No sé si me mira y finge colocarse su liguero. Me volteo, me alejo creyéndome inmune. Y luego, inconsciente, la pretendo de un golpe, de un zarpazo, de un gesto; sin poder contener el aliento. Me observa, me espía. Y adormecida, murmura en mi contra acertijos y números extraños.
5. Aquel bosque olía como tu piel. Yo estaba de rodillas en el único claro que pude conseguir. Tenía la espada alineada contra el torso, respiraba lenta y rítmicamente pues había aceptado mi destino. Entonces te vi pasar: vestido negro, guante negro en un solo brazo, labios negros, cabello negro sobre una piel blanca. Mordí tu espada y tu cuello también. Después de mirarnos fijamente durante una hora pasamos la lengua sobre la noche sin dejar rastros de sangre.
6. Eventos que llevan uno al otro, miradas que no paran de seguirme por los callejones. Tengo años soñando las mismas escenas, tengo décadas despertando justo a la misma hora. Siempre la ventana está abierta sin explicación y esas gotas de sangre aparecen sobre la almohada.
7. Ella camina entre la gente sin perder el equilibrio, su rostro es una máscara o un abanico. Los carros le muerden el trasero, los ciegos le gritan algo, las cocineras voltean a verla. Ella no aparta su mirada, ella no entiende el idioma de la ciudad: tiene una misión.
8. Permanezco sentado sobre la cama a pesar del frío. Abrazo la almohada y trato de no mirar a la puerta: “Mi padre tenía un par de pistolas plateadas. Eran dos Colt Anaconda. Él las usaba para matar mientras yo dormía.”
9. Sus ojos son de fuego, el cabello de mármol y se mueve como una serpiente. Cuando era niña no bailaba por miedo a la cicatriz, sin embargo era deseada por los más jóvenes.
10. ¿5 balas por una rosa? Puedo aceptarlo, dispara.
11. Veo tus imágenes en Internet y comienzo a lamer el monitor. Luego me muevo en zigzag porque estoy lamiendo la acera. Soy tan rápido que recorrí tres cuadras en pocos segundos. Mi rostro está cayendo al vacío y mis oídos no sueltan el ipod: es una forma de meditación. Pero una mujer que lame las heridas de su esposo sobre la cama, unas niñas que lamen la grama de los parques, millones de hombres que lamen sus corbatas, una profesora que lame las manos de sus alumnas: eso no es meditación. Yo creo en la línea que divide tu mentón en dos mitades y mientras lo digo, sin pensarlo, estoy lamiendo el centro de mi pecho: meditación.
12. El filo de las espadas toledanas era apreciado, especialmente, por el rey Felipe el hermoso. Las mejores de todos los tiempos fueron halladas por aquella sombra (que era un hombre), caminando sin rumbo por las calles angostas de la ciudad (nunca llegó a topar con El Greco). Los empleados aún estaban golpeando el hierro cuando él (o ella si prefieren a la sombra) pasó. Siglos más tarde perdieron interés por la puerta de un taller que fue clausurado después de una desgracia. Únicamente se desliza por ahí una mujer los días jueves, coloca su oído sobre la madera gastada por el tiempo y dice: “esta casa no está sola, hay una sobra, tres gotas de sangre y una taza llena de comentarios”.
13. “En algunas obras, pintura y escultura se reúnen formando híbridos que nos confrontan con lo paradójico de la realidad, que nos colocan frente al vacío como valor y nos conectan con sensaciones espirituales tan antiguas que se pierden en nuestra memoria”. Eso dijo el curador de la muestra antes de caer despedazado por los mordiscos.
3 Comments:
Texto fascinante, hermoso, muy bien escrito. Me gusta mucho.
Las palabras sobran, cuando se trata de éste tipo de textos, y más cuando se conoce al autor y se sabe los brillante que es, algo que se percibe desde el principio.
Lo único que puedo decir es que, me encantó.
Gracias al autor por enviarmelo.
Se producen conexiones. Me pregunto si es posible la pretendida separación del escritor y su obra...creo que no; me gustaría saber la opinión del Greco. También me pregunto si se puede ser indeferente escribiendo de esta manera...que se pretenda es otra cosa. El tema de la meditación es ciertamente intrascendente, el ejercicio de meditar no lo es, auque sea con las piernas en el pecho.
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