Don't try suicide
María Celina Núñez
Tanta literatura no es buena. Si por lo menos leyera a Julio Verne, pero no. Prefiere a esas escritoras que terminaron muertas antes de tiempo o medio locas.
La cosa en la clínica fue así. Primero un lavado de estómago con sonda por la nariz. Pérdida del conocimiento. Se despertó muy violenta y tuvieron que amarrarla a la camilla. Segundo lavado de estómago, esta vez con una sustancia negra. Violencia y pérdida del conocimiento. Se recuperó momentáneamente y se alegró al ver al doctor Salmerón. Después de eso todo se puso color de hormiga. Traslado urgente a Terapia Intensiva. La prima que llama a la terapeuta (que a su vez no se imaginaba nada) preguntando si esto es realmente necesario o si es para sacar plata. La psiquiatra dice que sí es necesario y que habrá que hospitalizarla cuando vuelva en sí, si es que eso sucede. Para ese momento las expectativas son muerte o manicomio. Pasa tres noches en Terapia Intensiva conectada a un respirador. Una noche, de hecho, predicen su muerte, pero los médicos casi nunca pegan una.
El hermano y la prima se turnan para acompañarla en la clínica una vez que la trasladan a una habitación normal. Pero ella sigue intoxicada. Se ha salvado de la muerte y pelea con el médico que la salvó. Todos la regañan. La prima se va una noche cargada de refrescos y chucherías para aprovechar que se quedan solas y darle un jarabe de lengua. Pero sus planes fallan porque ella aún está demasiado dopada y acusa a su prima con la enfermera aunque ésta no le hace el menor caso. La prima se tuvo que conformar con comer chucherías toda la noche.
En esos días todo el mundo, es decir los pocos a quienes se les cuenta un hecho tan vergonzoso como un intento de suicidio, quiere hacerle ver que reprueban su actitud. A nadie, qué cosa tan rara, se le ocurre preguntarle por qué lo hizo.
Cuando, por fin, un día amanece con la mente más clara, pide Cocacola y cigarrillos. Y eso que aún le arde la garganta por la entubación. Nadie quiere comprarle cigarrillos hasta que llega Milagros que baja a la cafetería y se los compra. De nada sirve. Cuando Milagros sube, ya se le han olvidado las ganas de fumar. La mente todavía no está clara. Milagros se va y olvida dejar la caja de cigarrillos. Otra vez las ganas de fumar. Pero no puede salir a pesar de que ya no la tienen amarrada a la cama.
El episodio de cuando la amarraron a la cama bien vale la pena. Llegó caminando a la clínica porque después de una hora y media las dos cajas, las cuarenta pastillas de Sinogán que se había tomado no le habían hecho efecto. Entró caminando a la clínica mientras su hermano estacionaba el carro. Pidió auxilio porque pensó que la dosis en vez de ser letal, le iba a causar un daño cerebral. Pidió auxilio porque el miedo llegó antes que el sueño y la muerte.
En la Sala de Emergencias la acostaron en una camilla y le preguntaron que si se había tomado las pastillas con el objeto de hacerse daño. Fueron cuarenta, ?qué pensaban? Los recuerdos son nebulosos. La sonda en la nariz...todo ocurría como en un abrir y cerrar de ojos. La golpearon en el hombro porque estaba muy violenta. Se puso más violenta cuando se sintió amarrada, pero se asustó cuando la amenazaron con una camisa de fuerza. Entonces llegó Salmerón, el médico de su mamá. Lo que siguió después no lo recuerda. Ya le han contado con verguenza cómo le rasgaron la ropa y quedó desnuda en la Emergencia. Verguenza mayor ya que estaba pasada de peso.
Otra vez en la habitación: Cuando se fue Milagros llegó Marcelo con cigarros y fumaron a escondidas de las enfermeras aunque, según contaron después, el cuarto estaba pestilente. Pararse al baño era un fastidio porque tenía una vía en la vena. Cuando despertó en la habitación estaba amarrada y tuvo que negociar para que la desataran. La dosis de Sinogán sí era letal. El médico no se explica cómo no se durmió en hora y media. Qué resistencia, pareces un caballo. Pero bruta como una burra. Sólo los brutos tratan de siucidarse, piensan las personas normales.
Por aquellos días tenía dos opciones: encerrarse hasta morir como hizo Djuna Barnes o matarse como hicieron Anne Sexton y Silvya Plath. Como la impaciencia la caracteriza, encerrarse por más de cuarenta años le pareció insoportable. Le hubiera gustado tener una cochera como Anne Sexton y morir encerrada dentro del auto, pero temió incendiar la casa si abría la llave del horno porque siempre puede haber alguien que se antoje de encender un fósforo en la puerta del apartamento de una suicida y el apartamento era de su mamá. Cortarse las venas, ni pensarlo: ella no estaba para dolores físicos. Además, las pastillas eran sin récipe y las traían a domicilio. Ahora que no murió, se siente ridícula por haberle dejado una propina tan grande al de la farmacia. Pero es que era la última propina de su vida, quería dejar una huella.
Conclusión: intento fallido por miedosa e impaciente. Si hubiera esperado una hora más, sí se habría quedado dormida y la habrían encontrado en la noche cuando ya fuera demasiado tarde. Si ya lo hubiera lanzado todo por la borda, como creía, no le hubiera pasado por la mente la idea de un daño cerebral. El modus operandi fue impecable, pero la protagonista se rajó.
Hoy en día la protagonista ve a su prima que no se quedó con las ganas de darle su jarabe de lengua, sino que se armó de paciencia hasta esperar el momento oportuno. Su familia la mira de reojo, con alivio porque se salvó, pero con resentimiento porque la gracia costó seis millones más los honorarios del doctor que es de mucha confianza pero igual cobra. Y Milagros se quedó con la caja de cigarrillos que compró en la clínica, lo que es un desperdicio porque ella no fuma.
2 Comments:
Lastimoso, lamentable apostar únicamente al recurso autobiográfico para hacer ¨literatura¨. Puede que el verter el drama personal en el papel le sirva a la autora de catarsis o para hacerse de alguna mirada condescendiente.
Lastimoso, lamentable texto escrito a lo largo del camino.
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