Jodidos todos
María Celina Núñez entrevista a Roberto Echeto a propósito de la publicación de No habrá final.
¿Cuál fue la motivación para escribir una novela? Algunos narradores consideran la escritura de una novela como la llegada a la mayoría de edad. ¿Qué opinas al respecto?
Vamos por partes. No creo que en la escritura, ni en ninguna de las artes, exista una «mayoría de edad», o un estado en el que puedas decir que llegaste o que te las sabes todas. Lo que hay es un camino solitario, largo, oscuro y tenebroso por el que debes aprender a transitar con la cabeza baja. Ese camino está repleto de engendros que quieren verte en el hueso y depende de ti no darles ese gusto.
Con respecto a la otra parte de la pregunta, debo decir que para escribir una novela existen miríadas de motivos, pero viéndolo a la distancia, te das cuenta de que todas esas motivaciones tienen que ver con una o dos ideas muy simples. La principal, en el caso que nos ocupa, es que quería retratar el estado de violencia que vivimos y que respiramos a diario en una ciudad como Caracas. Lo curioso es que, a simple vista, ese precepto ha motivado cientos de novelas en este continente. Decenas de escritores han declarado que escribieron su obra pensando en retratar la violencia terrible de Medellín, Bogotá, Ciudad de México, Sao Paulo, Santiago de Chile o Buenos Aires, pero en mi caso esa idea va más allá de los lugares comunes típicos de esa literatura del sicario, de la puta, del dictador, del chulo, del traficante de drogas, del detective privado, del policía corrupto, del chantaje, del torturador, del guerrillero, de los golpes de estado y de todos esos mamotretos del odio que pueblan nuestras ciudades latinoamericanas reales y ficticias. Mi motivación más fuerte consistió en mostrar el componente de mediocridad y chapucería que abunda en el tipo de violencia que se ha desarrollado en mi entorno, lo cual no la hace menos sangrienta ni menos condenable que la de otras ciudades donde el hecho violento se ha transformado en una obra de arte tan precisa y tan perfecta como una maquinaria de relojería.
En Venezuela, tú agarras las páginas de los periódicos y ves, a las claras, que los hechos sangrientos (que cada vez son más y más terribles) están ligados a una evidente estupidez de parte de quienes los cometen… En estos días vi una noticia según la cual aparecieron cinco cadáveres sentados en torno a una mesa redonda. Al parecer, los muertos, cuando estaban vivos, habían jugado a la ruleta rusa, pero en lugar de colocar una bala en el tambor del revólver, colocaron cinco, dejando vacía una sola recámara del arma con la que «jugaron». Técnicamente, el que perdió el juego es el que quedó vivo.
Aquí ocurren dos fenómenos sociales: hay más malandros que gente y hay más gente idiota que sensata. La prueba de ello está en el bello gobierno que tenemos y en lo «bien» que se vive en nuestro país.
En la novela hay dos constantes que son el honor y el humor. ¿Cómo hiciste para compaginarlas?
El honor y el humor, como tales, no tienen nada que ver. No son complementarios, no son antagónicos, no son ni siquiera primos lejanos. Como en la vida real, en una novela se juntan cosas que no pegan ni con cemento.
Lo único que te puedo decir es que a este mundo miserable que vivimos le hace falta más gente honorable que le caiga a tiros a un cementerio de pocetas.
No habrá final es una especie de caleidoscopio de gags, ¿por qué esa manera de presentar la violencia?
Porque vivimos un tipo de violencia salvaje desarrollada por gente capaz de llevar a cabo cualquier atrocidad porque sí, porque no hay más remedio, porque «así fue como salió la vaina» sin que nadie la haya planificado. También porque de ese modo queda claro que una cosa es planificar los acontecimientos y otra, muy distinta, es que los acontecimientos te arrastren. Yo creo que el verdadero humor ocurre cuando tomas las riendas de los hechos y te ríes de la situación, y no cuando la situación es la que te hace, la que te lleva, la que te configura. En ese sentido (y en muchos más) estoy de acuerdo con Alfredo Escalante cuando afirma con sabiduría prodigiosa: «yo soy el payaso de mi propia tragedia».
Si lees con atención No habrá final, verás que hay un momento en el que Baba e Ismael deciden (y subrayo esa palabra) no dejarse joder por quienes los someten a la vejación del encierro, a la zozobra de no saber qué vendrá y a la humillación de quitarles su Mustang y su violín, respectivamente. Ese momento corre paralelo al instante en que los secuestradores dejan de tener el control sobre sus circunstancias, lo cual es mortal para quien detenta el poder de decidir la vida o la muerte de los demás. Yo rescato ese instante de la novela por muchas razones. La primera de ellas es que se me asemeja mucho al naufragio en el que vivimos, sólo que en nuestro naufragio nadie decide nada y los acontecimientos nos arrastran a todos… Por eso es tan pertinente la imprecación en las páginas finales del libro…
Tu novela es presentada por la editorial como un thriller, ¿estás de acuerdo con esa clasificación?
No. Yo diría más bien que No habrá final es una comedia de acción. Pero todo es cuestión de nombres.
En esta época triste la imaginación se encuentra encerrada en las mazmorras del mercadeo y de los lugares comunes. De ese modo, todo lo que produces debe tener una etiqueta reconocible por el público para que pueda participar en «el gran bazar de la existencia»; si no la tiene, te jodiste. Lo peor de semejante situación es que todas esas marcas están tan gastadas, que se han convertido en lugares comunes. Hoy, por ejemplo, todos los relatos policiales son exactos: en todos hay un asesino freak, un detective solitario y una chica que se mueve en la cuerda floja entre la inocencia y la perdición. Puedes encontrar esas características tanto en C.S.I. como en cualquier novela de Vásquez Montalbán, de Eloi Yagüe, de Rubem Fonseca o de quien sea.
Con No habrá final, me planteé la posibilidad de manejar los códigos de cierto tipo de novela negra, pero estirándolos de tal manera que pudiese burlar la grosera rotundidad de los lugares comunes propios del género y de algo que he mencionado de manera oblicua en esta conversación: en Venezuela no tiene sentido escribir thrillers ni novelas negras porque la realidad en sí es más negra y más sórdida que cualquier novelita buena o mala que escribas. En un país donde, en el lapso de un mes, matan de verdad-verdad a tres hermanitos secuestrados, a un empresario, cuyo cadáver aparece con los pies comidos a mordiscos, y a un cura ahorcado en un motel, no existe una literatura posible que le ofrezca redención, esperanza, heroísmo y todas esas memeces que le ofrecen los libros a sus lectores.
La novela negra (como toda la literatura sangrienta desde Edipo Rey y Macbeth hasta Reservoir dogs) sólo tiene sentido en un contexto regido por la ley y la moral.
Como el contexto donde surgió No habrá final es un desastre donde no hay moral posible, pues lo que queda es joder.
Todo escritor tiene un lector ideal. Desde tus libros anteriores Cuentos líquidos y Breviario Galante hasta No habrá final, ¿cuál es tu lector ideal? ¿Acaso hay un lector distinto para cada obra?
Siempre hay un lector distinto para cada obra y no tengo ningún lector ideal.
¿Con qué autores venezolanos sientes afinidad? ¿Te consideras parte de una generación?
Más que una afinidad, siento una hermandad y una admiración desbordadas por el trabajo de Israel Centeno, de Enrique Enriquez, Juan Carlos Chirinos, Juan Carlos Méndez Guédez, Rubi Guerra, María Celina Núñez, Salvador Fleján, Fedosy Santaella y Francisco Massiani.
Y sí me siento parte de una generación; de una generación que no adquirió su amor por las historias, por los libros y por contar cuentos, sólo leyendo o sólo estudiando autores famosos de aquí y de allá o de dónde sea. Yo decidí escribir mis propios relatos después de ver miles de horas de televisión, de haber leído toneladas de suplementos, de haber dibujado resmas enteras de papel bond, de haber jugado Pac-Man hasta el cansancio, de haber llenado álbumes y álbumes de barajitas, de haber pasado horas en el cine, de haber sufrido humillaciones indecibles en mi país, de haberme aburrido de lo lindo leyendo los cuentos y novelas que propone el programa de bachillerato venezolano, de haber oído horas y horas de Radio Difusora Venezuela, de haber aprendido a manejar a los 28 años y de haber soñado durante siglos con tener un Javelin y una escopeta.
Lo que quiero decir es que, a partir de mi generación, escribir un cuento no es lo que era antes porque en el correr de estos años se han puesto a circular miles de artefactos y de recursos que han cambiado la forma de percibir la narrativa de nuestra propia vida, lo que, a su vez, ha cambiado nuestra forma de estudiar nuestro propio pasado y el pasado en general de la humanidad. Quien lea lo que escriben los miembros de esta generación pensando en patrones viejos, está jodido. Y les advierto que en el futuro será peor…
Recientemente participaste en una polémica sobre la narrativa venezolana. ¿Cuál es tu opinión sobre estas polémicas que ya han tenido lugar anteriormente?
Siento un vacío en el estómago y lamento mucho que la gente trivialice la polémica diciendo que esa misma discusión se da cada cierto tiempo, como si eso fuera una respuesta digna del problema que se plantea.
Yo sigo creyendo que la literatura venezolana vive un momento brillante, pero si nadie hace nada con eso, pues nos jodimos todos, cosa lamentable que, creo, le es cara al ser venezolano. Nos gusta sentirnos jodidos porque no tenemos la suficiente educación ni la suficiente grandeza de espíritu para saber cómo comportarnos ante nuestro propio éxito.
Desde el punto de vista del escritor, ¿cómo te sientes tratado por la crítica?
Me siento muy bien. Cuando me encuentro a los críticos, me saludan muy cariñosos.
¿Tienes algún autor de cabecera, alguien cuya obra te sirva de inspiración?
Tengo varios: Groucho, Harpo, Chico, Zeppo y Gummo Marx más José Antonio Ramos Sucre. De unos me fascina la calidad corrosiva del humor que produjeron y del otro me interesa la posibilidad de encontrar belleza en los horrores de una vida cruzada por un destino siempre violento.
¿Cómo te autodefines como escritor?
Como un güevón que todavía cree en esto.
1 Comments:
Así es, a seguir escribiendo.
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